Con resplandor creciente

resplandor tiempos liturgicos

La vida de Cristo, con todas sus luces y resplandores, se manifiesta y se comunica precisamente a través de la pobreza y la debilidad del evangelizador.

El Señor del que se habla, es el Espíritu, y donde hay Espíritu del Señor, hay libertad. Y nosotros, que llevamos todos la cara descubierta, y reflejamos la gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente: así es como actúa el Espíritu del Señor.

La segunda Carta a los fieles de Corinto es fruto de la delicada situación, del malestar que se ha creado en aquella comunidad, ya evangelizada por Pablo, donde se han infiltrado elementos perturbadores -adversos, contrarios a él-, que van minando su autoridad, en un intento diabólico de desprestigiarlo.

Ante aquellas noticias alarmantes Pablo decide hacer una rápida, urgente visita a Corinto. Y se pone en camino desde Éfeso a Tróade, pasando por Filipos, donde tiene el gozo de obtener nuevas noticias sobre aquella situación. Esta vez son buenas las noticias. Pablo se serena, se llena de gozo, y escribe esta segunda carta a los corintios, donde hace una ardiente defensa de su ministerio apostólico, a fin de que las aguas revueltas retornen a la calma.

Tal vez no haya otro escrito en el que se descubra mejor la extraordinaria riqueza del espíritu de aquel hombre, Pablo de Tarso. La mayor parte de la carta es una meditación sobre la grandeza del apostolado y el misterio de la debilidad del hombre a quien se confía tanta grandeza.

Él -como todo evangelizador- ha sido elegido para llevar a los hombres una Palabra que da vida, que reconcilia, que libera, que salva; pero esa Palabra -escribe él a los de Corinto- es “un tesoro en vasija de barro”. La Palabra que proclama es grande, rica, sublime: como un tesoro. Pero ese tesoro ha sido depositado en una vasija de barro, con toda su pequeñez de hombre, con todas sus limitaciones de hombre, con toda su fragilidad de hombre: tesoro en vasija de barro.
Pero lo más desconcertante no es sólo este hecho: lo más desconcertante es que la vida de Cristo, con todas sus luces y resplandores, se manifiesta y se comunica precisamente a través de la pobreza y la debilidad del evangelizador. Y el evangelizador, aportando el barro de su vasija de hombre, se transforma en resplandor, se hace testimonio, irradiación.

Así define el Concilio el testimonio: una irradiación de fe, de esperanza, de caridad. El testigo lleva los ojos llenos de brillos, llenos de luz.

Dentro de este concepto hay que colocar los dos versículos, que hemos leído, de la II Carta a los Corintios.

Pablo es el Apóstol al servicio de una Alianza Nueva, que desborda la Alianza Antigua. La Antigua Alianza, centrada en la figura de Moisés, se escribe sobre tablas de piedra; la nueva se graba sobre carne en el interior del corazón, de forma que “vosotros sois nuestra carta -las tablas nuevas-, escrita en vuestros corazones”. “Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo”.

Una carta que no se lee con el velo en el rostro, según el relato del Éxodo. Moisés entonces, una vez recibidas las Tablas de piedra, oculta su rostro con un velo. Su rostro resplandecía como fruto de su encuentro con Dios; pero aquel resplandor era un resplandor caduco, pasajero. Cada vez que el pueblo antiguo -el de la Antigua Alianza- lee los libros de Moisés, siente que hay como un velo que cubre sus mentes: no llegan a comprender que están en la antesala de la Nueva Alianza, donde Dios descorrerá los velos, presentándosenos en la carne, en el esplendor de la humanidad del Señor Jesús, que ilumina en los suyos con la sabiduría desvelada del misterio de salvación.

Si aquel resplandor del rostro de Moisés hacía que los israelitas no podían fijar sus ojos en el rostro caduco, pasajero, mortal, de Moisés, figuraos cuál será el resplandor que emana de la figura, de la vida, de la palabra de Jesús, el Señor.

El Señor –estos son los versículos de hoy- es el Espíritu de Dios, es Dios, donde está el Espíritu del Señor está el Espíritu de Dios; “donde hay el Espíritu del Señor, hay libertad”. No somos colectividad de esclavos; somos raza de reyes, nación santa, pueblo de la Alianza Nueva.

No se trata de una libertad para desmoronar la fuerza de la Ley de la Alianza Antigua; se trata de aquella libertad que canta Pablo en la Carta a los Gálatas (5, 13), que se hace servicio y amor a los demás, para llegar al servicio y al amor de Dios. Libres para servir, libres para servir amando, para amar sirviendo.

Nosotros ya no llevamos el rostro tapado, encubierto; “nosotros todos llevamos la cara descubierta, la mente clara, el corazón abierto a las riquezas de la sabiduría del corazón de Dios, que nos entregó a su Hijo para la libertad y el amor. Llevamos la cara descubierta, de forma que el testimonio nuestro -de vida y de palabra- refleja la gloria del Señor, porque el Señor nos va transformando, por la acción del Espíritu, con resplandor creciente, participando del resplandor de su luz.

A medida que Él avanza en nosotros, como avanza el día, avanza en nosotros su resplandor, y el resplandor se convierte en resplandor creciente, sin velos, sin enigmas, para ser los hombres del resplandor, los hombres de la irradiación, por la fe, por la esperanza, por el amor, los hombres de la luz para ser luz del mundo.

Cristo nos va transformando. Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad, hay deseo de servicio, hay dedicación al otro por la vía del amor. Y ya no somos tinieblas de velos y de noche, somos los hijos de la luz. Se nos ha ido la noche oscura de San Juan de la Cruz para convertirnos en resplandor creciente diría Pablo; en “Llama de amor viva”, diría nuestro San Juan de la Cruz. No somos hijos de las tinieblas, nos diría el Señor; somos hijos de la luz; hemos sido hechos para ser hijos de la luz, caminamos los caminos de los hijos de la luz; convertidos en llama de amor viva, hasta que una tarde seamos examinados en el amor.

Segovia, 19 de octubre de 1991
En Laudes de la peregrinación a Segovia
en homenaje a San Juan de la Cruz