Testimonio Julio Gil

(Rector de Cursillos. Nafra. Portugal)

Dios –en su incomparable generosidad– me concedió un extraordinario trípode – además de aquel que tan bien explica en los rollos –, probablemente para asegurarse mejor de mi conversión: Deolinda –mi Madre–, María Julia –mi Esposa– y Don Sebastián Gayá –mi Maestro–.

Naturalmente me ayudaron otras muchas personas, pero fue la dedicación y el interés de estos tres apóstoles y la atención que les presté, lo que les confirió un toque especial.

Conocí a Don Sebastián en la Ultreya de Claudio Coello, en Madrid, hace ya unos 22 años, ocho años después de mi Cursillo en Portugal. Resulta imposible recordar todas las grandes ocasiones vividas con él, o los momentos por él propiciados y de los que yo fui testigo; recordarlos me trae siempre a la memoria más y más recuerdos de vivencias en las que sin ningún género de duda hay siempre un beneficiado: yo mismo.

A Don Sebastián le gusta la tranquilidad de estas tierras a dos pasos del mar, que suele llamar “su Betania”, su retiro de paz que estará aquí siempre esperándole.

María Julia solía guardar todos los escritos de Don Sebastián desde un nuevo Rollo de Acción hasta la media docena de líneas garabateadas en un papel con las que enviaba un simple recado; ella llamaba a la caja donde guardaba todos estos papeles “nuestro relicario”.

Llegamos a guardar también varios cuadernos de notas donde recogíamos el mensaje de las charlas de este extraordinario Director Espiritual de la Escuela de Dirigentes cuando estaba en la calle Magallanes, y María Julia, decía que intentaba tomar el máximo de apuntes pues uno nunca sabe si pueden llegar a ser de utilidad en el futuro. Y lo fueron, lo son, y lo continuarán siendo en la formación y el trabajo apostólico de los cursillistas de estas tierras de Cristo.

Y, por si lo anterior fuera poco, Don Sebastián me invitó a ser parte de su grupo hasta que volví a Portugal.

De ahí que pensar en Don Sebastián me hace recordar homilías, charlas, encuentros, viajes, trabajos, problemas…, que siempre terminaban en unirnos más y en fortalecer nuestra fe; lo que me lleva también a la conclusión de no saber dónde reside su mayor mérito: si en la palabra que dice o escribe, en su sabiduría, en su poesía, en el toque del Espíritu Santo, en su permanente disponibilidad para cualquiera, en su santa modestia, en la profunda amistad que nos brinda.

Nafra (Portugal), 15 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005