Testimonio del Padre Mario Sanguinetti
Testimonio del Padre Mario Sanguinetti
Sacerdote. Asesor Eclesiástico del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de Valparaíso. Chile
Me tocó vivir 18 años en España, adonde llegué en 1945 enviado por mi Congregación a realizar estudios, donde me ordené sacerdote en Peñafiel, el 14 de marzo de 1954 y donde una semana después, el 21 de marzo celebré mi 1ªPrimera Misa en Madrid. Ordenado sacerdote, debí permanecer en España por 9 años más, siendo designado como Director de Filosofía del Seminario de Mieres, y posteriormente como Superior del Santuario de Santa Gema en Madrid, en donde estuve hasta el año 1963.
Es este período tuve la oportunidad de conocer, entre otros, a un personaje que de alguna manera resultaría providencial en mi vida sacerdotal y apostólica, y el cual, hasta el día de su muerte, el 23 de diciembre de 2007, sería mi gran amigo y confidente, el Padre Sebastián Gayá.
El año 1956, cuando injusta y arbitrariamente debiera sufrir el alejamiento de las actividades de Cursillos en Mallorca y la condena a guardar silencio respecto de estos y, a consecuencia de ello, trasladarse a Madrid, llegó un día al Santuario de Santa Gema a preguntarme si lo autorizaba para decir allí su Misa diaria, petición que acogí inmediatamente, asignándole todos los días la Misa de las 8,00 h. y los domingos la de las 11,00 h.
A las pocas semanas, me llamó la atención el poder de convocatoria que empezaban a tener las Eucaristías por él presididas, por lo cual decidí empezar a frecuentarlas, me bastaron una o dos para aquilatar su santidad, la riqueza de sus palabras y su testimonio de humildad y de amor y de fidelidad incondicional a la Iglesia, iniciándose a partir de allí una profunda, entrañable y larga amistad.
Sin embargo, respetuoso del silencio que le había sido impuesto con respecto a los Cursillos, nunca me habló mayormente de ellos. Solo cuando en 1963 mis superiores decidieron mi retorno a Chile, al despedirnos me comentó: «Si algún día en su patria oye hablar de los Cursillos de Cristiandad, conversémoslo».
Cinco años más tarde, entre el 1 y el 4 de Noviembre de 1968, cuando el Señor me llamó a Cursillos, y me llevo a vivir el 2º Cursillo de Hombres de Valparaíso, se activó esa verdadera «bomba de tiempo» que Sebastián había dejado plantada en mí, la que explotó definitivamente cuando en el 1er Cursillo de Dirigentes de Chile, celebrado en Chillán, entre el 8 y el 11 de enero de 1970, el Padre Cesáreo Gil nos contará la historia de los orígenes del Movimiento y el rol que le había correspondido en ellos a Sebastián, al mismo Sebastián que había acogido en nuestro Santuario, al mismo Sebastián que como Director de Operaciones de la Comisión Católica de Migraciones en Madrid, me había invitado tantas veces a dar retiros con él a las jóvenes que viajaban a Australia en la entonces llamada «operación Marta».
Quisiera invitarlos al terminar este acontecimiento recordatorio, a recoger el desafío que nos hiciera Sebastián en el acto de recepción a los jóvenes mallorquines que volvían desde la Peregrinación a Santiago de Compostela, cuando ese 3 de Septiembre de 1948, desde los balcones del Ayuntamiento de Mallorca, en medio de la euforia generalizada y recogiendo el espíritu de aquel momento les señalara: «Si durante años nuestra consigna fue “A Santiago, Santos”, a partir de ahora que sea esta otra: “Desde Santiago, Santos y Apóstoles», y a que como lo dijera Mons. José Ángel Saiz, Obispo de Tarrasa y Presidente de la Fundación Sebastián Gayá, en la Misa de exequias de Sebastián: «Yo me permito recomendar hoy de su parte un añadido: “Desde Santiago, Santos, Apóstoles y unidos”. Unidos para poder ser creíbles en la misión, unidos para poder alcanzar la santidad».
Ceremonia en memoria del P. Sebastián Gayá y de Eduardo Bonnin
Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes en Viña del Mar. 4 de abril de 2008
Testimonio de Mariano Vázquez
Testimonio Mariano Vázquez
(Sacerdote. Viceconsiliario Diocesano de Cursillos en Madrid. España. Director Espiritual de la Ultreya de Majadahonda
Aunque hice mi primer cursillo de cristiandad en la diócesis de Madrid en octubre de 1960, a los 28 años, no conocí a Sebastián hasta veintisiete años después. Recuerdo con gratitud a Dios el momento y la fecha en que lo conocí: los cursillistas de la parroquia de San Fernando de Madrid, donde ejercía yo mis servicios sacerdotales, como vicario parroquial, me invitaron a hacer un cursillo de cristiandad que iba a celebrarse en Pozuelo de Alarcón del 7 al 10 de mayo de 1987; era el cursillo mixto nº 54 de la diócesis de Madrid.
En dicho cursillo Sebastián iba como director espiritual. Pocas palabras crucé con él durante esos días. Fue al atardecer del tercer día, justamente el día 10, domingo, cuando nos encontramos cara a cara; cambiamos impresiones sobre el cursillo y la Hoja de compromisos.
Me cautivó su sencillez, su delicadeza, su amabilidad, su comprensión, respeto y libertad en la escucha y atención a mi persona –como lo hace con todo individuo– y sobre todo su testimonio sacerdotal.
Se había producido al menos por mi parte una química afectiva. Fueron días trascendentales en mi vida. Días de verdadera conversión del corazón, de memoria de mi “gran y primer amor: Jesucristo, mi sacerdocio, la Iglesia, el sentido de mi vida consagrada”. ¡Bendito sea Dios Padre! Él “tocó” mi corazón, me manifestó su gran amor por mí, su paciencia y su misericordia a través del testimonio de aquellos sacerdotes y seglares responsables del Cursillo.
Aquel domingo fue el comienzo de un prolongado y profundo encuentro en el trato, amistad, fraternidad sacerdotal y en la colaboración sin condiciones en el gran sueño de su vida: la propagación del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Desde el día siguiente, lunes 11 de mayo, le he acompañado como confesor en la Ultreya de López de Hoyos hasta mi marcha a las Rozas, lunes tras lunes, y sigo ahora acompañándole siempre que mis obligaciones me lo permiten.
Junto a mi hermano Pedro, también sacerdote, en Sebastián he encontrado siempre al hermano sacerdote que auxilia, alienta, comprende, y con su habilidad poco corriente va ayudándote a descubrir la vocación sacerdotal en el MCC. Todo cuanto sé acerca del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, a él principalmente se lo debo después de a Dios. Primero siendo su colaborador en mis primeros cursillos como sacerdote en Guadalajara (noviembre 1987, marzo 1988, mayo 1989…); después como colaborador suyo en la Escuela de San Pablo y en sus Escuelas de Iniciación.
Recuerdo con alegría inmensa cuanto aprendí y cómo me enamoré del MCC, en mi peregrinación con él y con unos 45 jóvenes chicos y chicas de la Escuela de San Pablo a Mallorca en julio de 1995, para forjarnos en el amor a las esencias de MCC, conociendo directamente sus orígenes: Monasterio de San Honorato, Santuario de la Virgen de Lluc, verdadera Madre y protectora de Cursillos, el relato de las experiencias del Vía crucis nocturno de Caimari a Lluc, catedral de Mallorca, Parroquia de Santa Eulalia, Centro de Cursillos…
En los anocheceres, en el jardín de la residencia de Valdemossa donde nos hospedamos, y hasta casi medianoche iba reviviendo Sebastián anécdotas, experiencias, acontecimientos de la preparación para la peregrinación a Santiago en 1948, y de los primeros años de cursillos en la Isla, e iba contagiando su gran espíritu apostólico en los jóvenes y no tan jóvenes oyentes, como yo. ¡Cómo saboreé esas vivencias en los Ejercicios Espirituales que realicé en San Honorato, cuna de los actuales Cursillos de Cristiandad, al término de aquella peregrinación! Doy gracias a Dios y renuevo mi entrega al MCC cuando repaso las fotografías que conservo de aquellos momentos felices.
¿Quién es Sebastián para mí? No encuentro definición mejor para expresar el ser de Sebastián, que la que le daba su madre: “Sebastián cuando pasa, parece que pasa el viento”. Maravillosa descripción de quien es Sebastián a lo largo de su vida. Pero no es un viento el suyo cualquiera, no es algo metafórico, es algo real: cuando él pasaba en su juventud, en su madurez sacerdotal, y cuando yo he tenido la gracia de Dios de conocerlo, era el “viento del espíritu divino” el que pasaba con él. En sus múltiples tareas pastorales –profesor del Seminario, director a la vez de varios centros educativos de Mallorca, capellán de jóvenes soldados, consiliario de Jóvenes de AC, canciller secretario del obispado, canónigo de la catedral…-, siempre era llevado por el Espíritu de Dios, ayudando a los jóvenes, enseñando a los seminaristas, predicando la palabra de Dios en el púlpito, retiros, charlas, escritos… Como Pablo, tratando de gastarse y desgastarse por dar a conocer a Jesucristo a sus hermanos. El trípode clásico de Cursillos: “ilusión, entrega y espíritu de caridad”. Sebastián antes de enseñarlo con la palabra lo testimoniaba con la vida. Siempre más y más “inri” con su frágil salud de hierro, dándole fuerza y vigor “el viento del espíritu”. Él no se llama “campanella”, pero en todo momento ha sido y es una campanita que alaba a Dios y ayuda a descubrirlo, como relata en su rollo de Gracia.
Sebastián quisiera ser “el hombre de la ilusión”. La humildad le hace pensar que lo ha intentado ser, pero que no lo ha conseguido nunca. Por el contrario, los que le conocemos sabemos: que “sigue caminando” desde antes de llegar a Santiago con los 700 jóvenes mallorquines, con la ilusión del niño que deseando ser sacerdote, surca los mares, a los trece años y solo, desde Argentina a Mallorca para ingresar en el seminario.
Es el sacerdote que, desde muy joven hasta su edad anciana y hasta que Dios le llame, siempre es, ha sido, y será el sacerdote de la ilusión, porque por la conquista de las almas cree en el don de todos los dones. Es el hombre que “no conoce cansancio”, y si lo tiene “no se cansa de estar cansado”; hombre que, a sus 85 años, intenta ser joven – como Juan Pablo II – porque a su edad sigue teniendo proyectos y no se deja vencer por los años ni las fatigas.
Lo observamos cuando aún ahora pones a Sebastián un micrófono en la mano y tiene delante un grupo de personas, él se enardece, se entusiasma, se llena de vigor y hace latir con ardor el corazón del oyente.
Si esto ocurre a su edad actual, cómo sería el fuego que salía de su boca y el vigor que comunicaría a aquellos jóvenes de sus primeras horas sacerdotales, que querían pegar fuego a Mallorca solamente con el arma de los Cursillos de Cristiandad recién estrenados: “Mos pegam foc”, era el título de Proa, abril 1949, nº 125. Y era cierto: se pretendía llegar a 200 los jóvenes que, al finalizar el año 1949, hubieran hecho cursillos, y ya en el mes de abril se había llegado al centenar de jóvenes cursillistas. Sólo en el mes de abril estaban programados cuatro cursillos más. Por eso, la juventud de Mallorca “sa pega foc”.
Termino mi Testimonio con palabras del joven Sebastián, de 37 años, en su “Adiós a los jóvenes de AC, para pasar a ser Consiliario de la Junta Diocesana y Vice-Delegado Episcopal en la Acción Católica (año 1950). Al sentirse un poco “abuelo” de aquella juventud, pedía permiso para darles “sus consejos de corazón a corazón”; unas consignas, que son muy válidas también para nosotros hoy:
“Sed optimistas. No os dejéis vencer por la apatía, por la indolencia, por las murmuraciones. En medio de la prudencia conservad esa audacia que nos hace defensores de una santa rebeldía contra tanta mercancía averiada que sólo lleva marchamo y etiqueta de cristianismo”.
“Sed generosos. Sed siempre voluntarios para las empresas más costosas. ¡Solo así se tiene derecho a llamarse anciano! Odiad las medias tintas. El que es de Cristo sólo a medias, es a medias del diablo; pacta con él. Y es un traidor”.
“Llevad la caridad hasta los últimos extremos. Desechad las envidias, las emulaciones, el amor propio. Sentíos hermanos hasta de los que nos fastidian con su antipatía o sus criterios despistados. Amaos rabiosamente”. La frase no es mía. Es de un prelado español. “No olvidéis que ha llegado la hora de la acción”. (Proa, julio – agosto 1950, nº 140-141).
Queridísimo Sebastián, agradecemos a Dios, toda tu vida entregada a un solo ideal: el servicio al Señor y la dedicación total a la Iglesia a través de este instrumento ideado por Dios para la evangelización de los ambientes, que es el Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Que Dios te lo premie y te llene de su amor por tanto bien como nos has hecho con tu vida plenamente sacerdotal.
Contigo y con los iniciadores de Cursillos de Cristiandad, creemos que todavía hay milagros: un río de fuerza joven va a volcarse, desde nuestros cursillos sobre nuestros ambientes. Entonces no sabíais todos los planes que Dios tenía preparados, pero los intuías tú de alguna manera, cuando decías en la primera clausura del cursillo de San Honorato, y continúas diciéndonos hoy: mayores cosas veréis con la fuerza de Dios.
Madrid (España), 12 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Fernando Fernández de Bobadilla
Testimonio Fernando Fernández de Bobadilla
(Sacerdote. Rector del Seminario de Santa Leocadia. Toledo. España)
Sebastián Gayá: testigo del Espíritu y amante de la Iglesia
Escribir en un máximo de dos folios acerca de Sebastián Gayá supone, optar desde el principio por lo parcial, limitado, subjetivo e incompleto. Por tanto, escribo estas líneas convencido de que nadie que conozca a Sebastián encontrará satisfacción plena en ellas.
Conocí a Sebastián en el año 1973, en Madrid. Yo tenía 18 años. Mis padres habían sido dirigentes en el Movimiento de Cursillos en Sevilla y, al mudarnos, se habían incorporado al mismo en Madrid. Sebastián apareció por casa en algunas ocasiones y, muchas más, oí a mis padres comentarios y elogios acerca de él. Era entonces para mí un sacerdote cercano a mis padres, pero nada más.
Con el paso del tiempo –y del Señor derramando gracias en el tiempo– se fue despertando en mí la conciencia de la vocación al sacerdocio. Fue entonces cuando conocí de cerca y en lo hondo a Sebastián. Me puse en sus manos en la dirección espiritual. Era el año 1978. Él fue el sacerdote que me ayudó de manera suave y artesanal a discernir mi vocación. Ni una imposición, ni un deber, ni una exigencia, ni una obligación…
Recuerdo mis entrevistas con Sebastián como encuentros en los que descubría, por evidencia, el gozo de ser sacerdote, de estar enamorado de Cristo, de ser testigo instrumental de los milagros maravillosos del Espíritu, de amar y sufrir a la Iglesia santa y cargada con los pecados de sus hijos…
Desde ese testimonio sencillo, discreto e incisivo de Sebastián, crecía en mí el deseo de vivir todo eso, el deseo de oración, de sacrificio, de entrega, de enamoramiento de Cristo, de interés por las necesidades de la Iglesia…
Sebastián me fue enseñando y contagiando todo eso como delicado y paciente “artesano del Espíritu”.
Cuando los dos llegamos a ver que el Señor me estaba llamando a seguirle en el sacerdocio, fue cuando Sebastián me invitó a vivir un Cursillo de Cristiandad.
Me dijo: “El Cursillo te ayudará a conocer mejor a Cristo y a la Iglesia y, por tanto, la fuerza y la belleza del sacerdocio”.
Fui al Cursillo en marzo de 1979 y descubrí –como me había dicho– a un Cristo vivo y entusiasmante, a una Iglesia viva y entusiasmante y, entendí, brutalmente, que mi vida no podía tener otro sentido más que vivir por Cristo y para Cristo, entregando mi vida en su Iglesia. Era lo que Sebastián me había testimoniado tan suavemente en los encuentros de dirección espiritual… Nada nuevo en cuanto al contenido, pues era el mismo y único Espíritu el que actuaba; sí en cuanto al entusiasmo de las convicciones.
Comencé a exprimir a este “pequeño gran sacerdote”, que es Sebastián Gayá, para sacarle todo el jugo que pudiera. Y él, con una alegría y una paciencia maravillosa, se dejaba estrujar y extraer el jugo de la sabiduría y de la caridad, como quien sabe que nada es suyo, sino que todo es del Espíritu y que él lo tiene para darlo y difundirlo. Confesaba con él, acudía a su dirección espiritual, escuchaba sus rollos vibrantes en la Escuela de Dirigentes… Le confiaba todo lo mío… y él lo recibía todo como si fuera lo más importante que había ocurrido. Sebastián me transparentó la imagen del Padre bondadoso, paciente, misericordioso, fuerte, tierno, constante, siempre fecundo…; ese Padre que él describe tan preciosamente – con la mirada fija en el infinito y los ojos entornados, como quien lo está contemplando en el acto – cuando proclama el rollo de Gracia en un Cursillo o la meditación del hijo pródigo. En aquel momento crucial de mi vida, Sebastián Gayá fue el “testigo del Espíritu” que me ayudó a discernir y a echar los fundamentales cimientos de mi vocación sacerdotal.
Después, en agosto de 1980 se me concedió una gracia inolvidable: conviví con Sebastián durante 15 días en Mallorca. Yo comenzaría mi formación en el Seminario de Toledo en septiembre de ese mismo año. Visité con Sebastián los lugares históricos del nacimiento del Movimiento de Cursillos. En cada uno de ellos me iba narrando lo que ocurrió allí, lo que hacían, lo que esperaban, cómo se organizaban, qué dificultades aparecían, cómo las solventaban, qué mística les sostenía e impulsaba… Sebastián vibraba al revivir cada acontecimiento. Rezábamos y dábamos gracias al Señor en cada uno de aquellos lugares en que el Espíritu había querido sembrar los principios de esta preciosa obra de apostolado eclesial.
Comprendí cómo Sebastián había sido un “testigo e instrumento activo del Espíritu” en el nacimiento mismo del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Sebastián, en cada sitio, iba reviviendo y reformulando aquellos acontecimientos de gracia, las motivaciones sobrenaturales que sostenían e impulsaban aquellas actividades, las convicciones evangélicas y evangelizadoras que fundamentaban aquellos planteamientos… Me sentía como quien estaba ante las raíces más hondas y esenciales de un gran árbol frondoso y cargado de frutos. Sebastián gustaba aquello desde hacía años y todo le era sorprendentemente familiar, para mí todo era sorprendentemente novedoso y estimulante…
Emocionante fue la subida hasta el Santuario de la “Madre de Deu”, en Lluc, oyendo a Sebastián hablar de la Señora y del gran Via Crucis que se celebró como preparación para la Peregrinación a Santiago de Compostela. Inolvidable el encuentro en el convento de S. Agustín de Felanitx con D. Juan Hervás, el Obispo de los Cursillos, anciano y en silla de ruedas, sin poder expresar palabra, pero vibrante y emocionado cuando Sebastián le invitaba a recordar las aventuras apostólicas de los inicios del Movimiento. Sobrecogedor fue entrar y rezar en “San Honorato”, el lugar donde se celebró el primer Cursillo de Cristiandad, y recibir de Sebastián su confidencia de cómo vivió aquel primer Cursillo que él había soñado con tanta ilusión, que había preparado con tanta entrega, que había esperado con tantas ansias de caridad… y que, por fidelidad a sus deberes, había vivido en “intendencia”, desde la retaguardia, desde fuera, sacrificando sus mejores deseos de estar en la vanguardia, dentro. Sebastián vivió desde el principio el necesario desapego humano a todo lo que es obra del Espíritu…
Descubrí en Sebastián un corazón grande, inmenso, ensanchado por el Espíritu y purificado por el dolor de las primeras incomprensiones propiciadas por parte de algunos “eclesiásticos”. Ni un reproche. En Sebastián he encontrado a un verdadero “testigo del amor a la Iglesia”. Puedo decir que nunca le he oído una queja o una crítica amarga referida a la Iglesia. Ha sabido ver las dificultades y pecados en la Iglesia como las mil y una “cadaunadas” que forman parte de los entresijos de todo lo que está integrado por hombres.
Y todo lo humano, todo lo verdaderamente humano, le ha interesado y lo ha amado siempre Sebastián Gayá.
Para Sebastián, con su visión y experiencia de la fe, con su gozosa y estimulante esperanza, cualquier dificultad o zancadilla ha sido siempre una oportunidad de la gracia para amar más, para crecer más y extender más el Reino de Cristo. Me llenó de asombro oír de sus propios labios cómo fue apartado de todo lo que tuviera que ver con el Movimiento de Cursillos y, marginado y arrinconado en una oficina para atender burocráticamente a los emigrantes, convirtió esa oficina en centro desde el que saltó el método y el Movimiento de Cursillos hasta los países en que trabajaban los emigrantes españoles. Supo descubrir el soplo del Espíritu en aquella situación y supo colaborar con su gracia.
Para Sebastián la Iglesia es siempre más, mucho más que lo que se puede ver de ella. Es un verdadero enamorado y “amante de la Iglesia”, Cuerpo Místico de Cristo, Pueblo de Dios, misterio, comunión y misión…
Es un admirador asombrado y agradecido, defensor y testigo ardiente, del ministerio de Pedro en la persona del Papa, sea quien sea – Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I o II – el que encarne ese ministerio de comunión en la fe y de confirmación en la caridad y en la verdad. En Sebastián he tenido la suerte de poder reconocer al “sacerdote de cuerpo entero” que ha sabido beber de la gracia de Dios en la Iglesia antes, durante y después del Concilio Vaticano II, perseverando siempre fiel a lo que es esencial, permanente y absoluto: la acción del Espíritu que la anima y santifica…
Si he de reducir aún más mi testimonio acerca de Sebastián Gayá, lo sintetizaría en esta expresión: el sacerdote fiel, testigo del Espíritu y amante de la Iglesia.
Toledo (España), 20 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Maruja Notario
Testimonio Maruja Notario
(Dirigente de Cursillos de Madrid)
Conocí a D. Sebastián el año 1966. Hacía un año que habíamos llegado a vivir a Madrid, procedentes de Cuenca. Él fue mi director espiritual durante toda mi vida. Conviví con él en muchos cursillos y era una vida plena. Cursillos fue el gran ideal de su vida. D. Sebastián fue un hombre fuerte en sus últimos tiempos. Sebastián creía en Dios y hacía creer a los demás, y en su Providencia.
Era caritativo y pobre, pues nada se quedaba para él. Tenía una claridad enorme y sus consejos eran siempre eficaces. Tenía finura y bondad para con todos. Fue un sacerdote especial, era un santo. Nunca se atribuía sus éxitos, que eran muchos, disculpaba siempre y nunca le vi enfadado.
Para mí no ha muerto, me acompaña en muchos momentos y circunstancias: el 17 de enero de 2010 tuve su presencia en un momento muy doloroso, pues un nieto mío que estudiaba en Praga tuvo un accidente en la nieve muy grave. Fue una noche muy dolorosa, mi hijo estaba desgarrado, no podía consolarlo. Me fui a mi habitación y se lo expuse a Sebastián para que él se lo pidiera al Señor. Al día siguiente mi hijo pudo ir a Praga a ver a su hijo y no había sido lo que en un momento creímos. Cada noche rezo a Sebastián porque para mí es un santo.
Testimonio de Dolores Garcia-Murga
Testimonio Dolores Garcia-Murga
(Dirigente de Cursillos. Burgos. España)
No creo ser la única a la que le falten palabras para expresar quién es Sebastián Gayá, y qué ha significado y significa en mi vida, pero no me resisto al gran esfuerzo para colaborar en un HOMENAJE, con mayúsculas, hacia él. Lo conocí muy niña, en casa se repetía el sonido del teléfono “papá, es Sebastián” y así, despacio, entró y está en casa y en la vida de cada uno de los García-Murga.
Aquel sacerdote tan amigo de mi padre se hace amigo de todos y, por supuesto de mí. En mi adolescencia y juventud, con mi carácter apasionado e inquieto, recuerdo sus primeras visitas a casa, siempre escasas para lo que deseábamos; poco a poco voy entrando en las conversaciones, hay cosas que voy entendiendo, otras no…
Con Sebastián se habla de todo, pero siempre entran los Cursillos. En mis primeros años, yo vivo la experiencia del primer Cursillo mixto de Madrid; procuro, con verdadero entusiasmo –palabra que como otras muchas aprendí de él– conocer el Movimiento de Cursillos a fondo y siempre me he sentido privilegiada al escuchar y vivir tantos momentos con él. Recuerdo el verano de 1981 cuando estuvimos en su casa de Mallorca y recorrimos sin prisas y disfrutando todos los sitios y escenarios del Movimiento.
Junto a Sebastián he trabajado en Cursillos más de 20 años. Cuanto más se conoce a alguien, más se quiere, y eso es una gran verdad.
Como a muchos de nosotros el Cursillo marcó un antes y un después en mi vida, y no olvido dar gracias a Dios por ello, muy a menudo, y dar gracias a Dios por servirse de Sebastián Gayá para crear y potenciar esta obra de Iglesia.
Estoy convencida de que si no hubiera seguido unida a Sebastián y al Movimiento de Cursillos hoy mi vida hubiera tomado otro rumbo; ¡Hay tantas circunstancias que influyen!, pero mantener su amistad, fomentar su cariño fraternal, seguir su ejemplo de entrega y dedicación, me sirve día a día para que aquella joven universitaria, hoy profesional, esposa y madre de familia, siga trabajando en la Iglesia de Jesús, porque un día encontró a Sebastián Gayá y a los Cursillos de Cristiandad.
Burgos (España), 19 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Laura Zaballos
Testimonio Laura Zaballos
(Dirigente de Cursillos. Madrid. España)
Quisiera aprovechar esta ocasión para testimoniar lo inolvidable que resultó para mí vivir la experiencia de un Cursillo de Cristiandad y también quisiera poder expresar, en breves palabras, mi vinculación al Movimiento de Cursillos. Fue durante aquellos imborrables días cuando descubrí que la verdadera felicidad era saber que Dios me amaba, a mí particularmente, y que nunca me dejaría, al contar Él conmigo y en consecuencia yo con Él, desde aquel mismo momento.
Después de mucho pensarlo, comprendí, que el Señor me llamaba para trabajar en este Movimiento de Evangelización, gritando al mundo que Dios existe y que nos ama. Así fue, como a partir de ese momento me incorporé a participar en este Movimiento de Iglesia. Concluía mi Cursillo en la Clausura del día 20 de enero de 1967. Han sido 31 años con muchos altibajos, unas veces con deseos de retirarme y otras con ganas de continuar. Posteriormente, por circunstancias familiares, supe lo que significaba la soledad; y agradecí el apoyo y solidaridad que recibí de las personas con las que he convivido durante estos años. En el Movimiento encontré fortaleza para aliviar mis momentos difíciles.
En el transcurso de estos años he perseverado con gran fidelidad. Conocí a un sacerdote: Sebastián Gayá; pequeño en altura, pero grande en santidad; un sacerdote que me enseñó a amar a Dios y a mis hermanos los hombres y a darme cuenta de cual era mi camino, transmitido a través de sus palabras.
Ha sido también una persona que ha sacrificados su tiempo para escuchar mis problemas, así como mis inquietudes. En fin, un servidor de Dios que ha significado mucho en mi vida y cuyo afecto hacia él es muy grande. En los momentos importantes de mi vida, lo he tenido siempre a mi lado. Estuvo conmigo cuando casé a mi única hija, cuando celebré mis 25 años como cursillista – con una entrañable Eucaristía en mi propia casa – y sobre todo en los periodos de mi dura enfermedad, rezando mucho por mí y dándome ánimos con gran amor y esperanza para seguir el camino y no desfallecer. A partir de ahora, lo único que yo puedo hacer por él es rezar para que el Señor le permita permanecer mucho tiempo aún entre nosotros y para que al final de la jornada le otorgue su recompensa.
¡Sebastián, te necesitamos!
Madrid (España), 29 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Rafael Morales
Testimonio Rafael Morales
(Dirigente de Cursillos. Madrid. España)
Septiembre de 1998: “Si… bien…; mañana jueves a las 13.15”. Allí estoy. Acogedor, sencillo, ligera sonrisa. ¡Qué fácil robarle el tiempo que no tiene! Mi bullicio madrileño se calma, desaparece… Empiezo a soñar.
Corría el año 1963. Un compañero de clase venía de descubrir algo, un movimiento cristiano importante. Me dije: ¡Uf! Esto no es para mí.
Recorrí mundo. Anclé en Madrid. 1989, en mayo. Un amigo, Paco el marino, me espeta: ¿Tienes algo que hacer el próximo fin de semana? No. ¿Perteneces a…? No. ¿Te vienes a hacer un Cursillo de Cristiandad? Bueno… Me prometí un fin de semana tranquilo, en silencio, haciendo un alto en mi eterno peregrinar con rumbos poco definidos. En Cibeles, junto a Correos, a las seis de la tarde, ¡qué bullicio! Cada minuto que pasaba iba encontrando más alegría, más entrega, más normalidad. Efectivamente era verdad aquello de “no te lo puedo explicar. Tienes que vivirlo”. Allí estaban Mariano Vázquez, sacerdote, a quien conocía sin saber que era cursillista; Mariví como rectora a quien antes no conocía; José María P.C.; Carlos B,…, que compartieron mi primer cursillo y se han convertido en verdaderos soportes en mi nuevo caminar.
En la primera noche, en la capilla, un cura menudo en el que no había reparado, de ojos vivarachos, de palabra precisa y apasionada, inmutable, captó nuestra atención; sus palabras se dirigían a cada uno de nosotros en particular. Dejé mis inquietudes y se abrieron interrogantes de más altura. Encontré una manera especial de vivir la Iglesia, el Espíritu soplaba intensamente. Y comenzamos nuestro “cuarto día”, unidos en la amistad que brota de corazones abiertos plenamente al ideal común, Jesucristo.
¡Qué manía! ¡Sólo hay una isla, Mallorca, que merezca tal nombre! Y así nació la amistad entre el maestro mallorquín y el discípulo canario, difícil, desorganizado y profundamente independiente. A los pocos meses abandoné Madrid. Permanezco unido al equipo madrileño. Siento la necesidad de este ambiente, de mis charlas con Sebastián y Mariano: teléfono, cartas precisas, nuevos cursillos en común, visitas esporádicas enriquecedoras, ilusiones en común. El campo de amistad con nuevos cursillistas se agranda, comparto alegrías y dificultades.
En Sebastián he encontrado un buen “compañero en mi peregrinar” que, con suaves tirones de oreja, paciencia y amplitud de miras, va enderezando mi camino, haciéndome sentir que no sólo puedo recibir, sino que en Cursillos también puedo aportar mi granito de arena en nuestra conversión al Señor.
Con su entrega, su capacidad de trabajo, su humildad, su saber estar en primera línea – irradiando al Espíritu – para ceder rápidamente la preeminencia a los demás, se convierte en un reto para mi vida, para la vida de tantos jóvenes y menos jóvenes.
“¿Sí, Sebastián?”. “Despierta. ¿Puedes ir al cursillo del puente de la Inmaculada?”. “Sí”. “Darás el rollo de Iglesia”. “Sí”. Salgo a la calle. Son cerca de las tres de la tarde. El Caballero de Nuestra Señora de Lluc sigue vigilando.
Ferrol, Coruña (España)
25 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Juan García-Murga
Testimonio Juan García-Murga
(Rector de Cursillos. Madrid. España)
Conocí a Sebastián Gayá a finales de 1967, cuando vine a Madrid a ocupar un nuevo destino en mi carrera. Había hecho yo el Cursillo de Cristiandad número diez de Badajoz, al que me llevaron para que lo viviera como el medio de apostolado que como principal tenían los Hombres de Acción Católica, en cuyo Consejo Diocesano estaba plenamente insertado. Ciertamente me convenció y durante siete años, hasta mi traslado a Madrid, me vinculé al Cursillo, tuve reunión de grupo, participé como responsable en varios y asistí a las clausuras. En realidad, no había descubierto lo que realmente era – es – el Movimiento: sólo lo veía como un medio de captación de hombres para la A.C.
Desde entonces – sin interrupción en estos treinta años – hago reunión de grupo con Sebastián, con el que además de los encuentros semanales con él y en la Ultreya, como los de la Escuela, he multiplicado – bendito sea Dios – los contactos personales. Es mi director espiritual desde entonces; hemos estado juntos en un montón de Cursillos, en convivencias – aquellas estupendas de Iglesia, suyas en la idea y el desarrollo – en jornadas de estudio, un ciclo en el Secretariado Nacional… Hemos viajado, hemos cruzado incontables llamadas de teléfono. Compartimos con él su casa de Mallorca una semana y con él visitamos, estudiamos y rezamos en los lugares donde se inició el Movimiento de Cursillos.
Debo a Sebastián – si es que tengo que buscar algún ejemplo significativo entre tantas cosas – de una parte, una idea clara sobre la libertad cristiana, para la que Cristo nos llamó, que ha significado mucho en mi vida espiritual. De otra, el descubrimiento de la Iglesia, a cuyo servicio siempre me ha ayudado.
Por supuesto siento un claro enamoramiento por el Movimiento de Cursillos. ¡Hay que oír a Sebastián hablar de él! Hay que seguirle cuando va detallando conceptos “movimiento de Iglesia”, “método propio”, “vivencia de lo fundamental cristiano”, “fermentación evangélica de los ambientes”, “descubrimiento y respeto de la vocación personal” … Es imposible – a mí me lo resultó, desde luego – no entusiasmarse.
He aprendido tanto de Sebastián que me resulta difícil contarlo. Y, por supuesto, me resulta más difícil todavía qué ha significado – qué significa – en mi vida. Me lo he preguntado, para redactar estas líneas, en presencia del Señor: maestro, consejero, director, padre espiritual…
En definitiva, me parece que la palabra más correcta, entendiéndola según el Evangelio, para explicarlo, es la de amigo.
Contigo, Sebastián, amigo.
Madrid (España), 19 de octubre de 1998
Testimonio de Jaime Bonet
Testimonio Jaime Bonet
(Sacerdote. Fundador del Verbum Dei. España)
Sebastián, Heraldo, Apóstol y Maestro del Evangelio
La vida de D. Sebastián Gayá Riera me evoca la personalidad del gran Apóstol de las gentes, San Pablo. Sin duda, lo que más y mejor caracteriza a nuestro Director Nacional del Secretariado de Cursillos de Cristiandad en España, es el triple título, y realidad con que el Apóstol Pablo se sentía agraciado del Señor: El ser constituido, por el mismo Cristo, Heraldo, Apóstol y Maestro del Evangelio.
D. Sebastián, a sus 24 años, inició su magisterio de formador de apóstoles. En aquella edad tuve yo la singular gracia de Dios de encontrarme con él y de seguirle en calidad de discípulo.
Desde aquellos días D. Sebastián, sin interrumpir ni menguar su ritmo de formador de apóstoles, ha ido siguiendo, más bien en progresión ascendente, su magisterio hasta el día de hoy, a sus 85 años. Tal historia fácilmente se dice, más raramente se repite.
Quiero mencionar con ello que no he conocido persona más trabajadora, con mayor celo apostólico y de fe más viva en la Palabra de Dios. Esta tenacidad – condición de toda gran personalidad – impulsada por el Espíritu de Cristo, le ha mantenido a D. Sebastián con la mano apretada al mismo arado y sin jamás volver la vista atrás.
Porque, además, esta dura tarea de forjador de apóstoles, oficio propio del pastor, implica un ir siempre por delante, haciendo camino al andar, logrando que los discípulos le sigan sin que se arredren ni se desvíen. Es necesario que las ovejas le conozcan y que el pastor conozca a sus ovejas, una por una, llamándolas por su nombre. El numeroso rebaño de D. Sebastián permanece hoy en su longeva memoria. Tal fenómeno sólo acontece cuando el amor del pastor se eleva por encima del número de sus discípulos y supera el peso de los años; cuando es más fuerte que la muerte porque desciende de lo alto.
Ardua labor la de nuestro maestro, D. Sebastián, permanente labor, de una existencia necesariamente marcada por el Misterio Pascual de muerte y resurrección, actualizadas al día, como fiel seguidor del Supremo Maestro. Y así y así, día a día, hora a hora, al paso que le marca el corazón ya gastado. Mientras tanto, apuntando siempre a que sus discípulos “vean cosas mayores” y “hagan obras mayores que él”.
Hacer no es más cómodo ni más fácil que el mucho hacer. Y este pareciera ser el lema y el destino, providencial para muchos, del que ha sido maestro de sucesivas generaciones y de fecundas, y variadas, promociones de apóstoles que, con fruto abundante, trabajan, desde la primera hora de la jornada hasta la última, en la viña del Señor.
Por lo que la sementera de D. Sebastián, aunque de vastísimo horizonte, no representa, a primera vista, la panorámica real de su extensa acción apostólica. Porque su verdadera influencia eclesial es, precisamente, la que encierra el núcleo genuinamente vital del Reino de Dios; es la que el Señor de la mies señala como semejante al “grano de mostaza” que, germinando y crecido, permite que en sus ramas aniden las aves del cielo; o como un puñado de levadura que, escondido entre la harina, va fermentando la gran masa que abastecerá de pan a multitudes.
En efecto, D. Sebastián, Delegado General del apostolado diocesano de Mallorca, cuna de los Cursillos de Cristiandad, tenía, además, el cargo de Vicario General del Obispo, Pastor nato de toda la Diócesis. A su Vicario y Delegado correspondió el cometido concreto, y explícito, de cuidar la gestación, organización y dirección, así a él personalmente encomendada por el Obispo, con razón conocido mundialmente como el Obispo de los Cursillos de Cristiandad, Monseñor Hervás, de tan gratísima memoria. Quedaba D. Sebastián como primer responsable y ejecutivo del naciente Movimiento de Cursillos de Cristiandad, fermento de renovación cristiana de los cinco continentes.
Pocas raíces humanas subsisten con vida, de las que germinó la encina grande de los Cursillos de Cristiandad. Una de estas raíces matriz, tal vez la más oculta, por más profunda y vital, permanece hondamente enraizada en el humus del Espíritu generador de los Cursillos de Cristiandad: es nuestro querido, D. Sebastián. Y sigue el maestro transmitiendo, con su primigenio vigor, la savia divina al árbol de la Vida, cuya semilla se va multiplicando, sembrando esperanza en áridos valles y desiertos arenosos de nuestra iglesia. Gracias, gracias, buen maestro D. Sebastián.
Loeches. Madrid (España), 19 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005
Testimonio de Julio Gil
Testimonio Julio Gil
(Rector de Cursillos. Nafra. Portugal)
Dios –en su incomparable generosidad– me concedió un extraordinario trípode – además de aquel que tan bien explica en los rollos –, probablemente para asegurarse mejor de mi conversión: Deolinda –mi Madre–, María Julia –mi Esposa– y Don Sebastián Gayá –mi Maestro–.
Naturalmente me ayudaron otras muchas personas, pero fue la dedicación y el interés de estos tres apóstoles y la atención que les presté, lo que les confirió un toque especial.
Conocí a Don Sebastián en la Ultreya de Claudio Coello, en Madrid, hace ya unos 22 años, ocho años después de mi Cursillo en Portugal. Resulta imposible recordar todas las grandes ocasiones vividas con él, o los momentos por él propiciados y de los que yo fui testigo; recordarlos me trae siempre a la memoria más y más recuerdos de vivencias en las que sin ningún género de duda hay siempre un beneficiado: yo mismo.
A Don Sebastián le gusta la tranquilidad de estas tierras a dos pasos del mar, que suele llamar “su Betania”, su retiro de paz que estará aquí siempre esperándole.
María Julia solía guardar todos los escritos de Don Sebastián desde un nuevo Rollo de Acción hasta la media docena de líneas garabateadas en un papel con las que enviaba un simple recado; ella llamaba a la caja donde guardaba todos estos papeles “nuestro relicario”.
Llegamos a guardar también varios cuadernos de notas donde recogíamos el mensaje de las charlas de este extraordinario Director Espiritual de la Escuela de Dirigentes cuando estaba en la calle Magallanes, y María Julia, decía que intentaba tomar el máximo de apuntes pues uno nunca sabe si pueden llegar a ser de utilidad en el futuro. Y lo fueron, lo son, y lo continuarán siendo en la formación y el trabajo apostólico de los cursillistas de estas tierras de Cristo.
Y, por si lo anterior fuera poco, Don Sebastián me invitó a ser parte de su grupo hasta que volví a Portugal.
De ahí que pensar en Don Sebastián me hace recordar homilías, charlas, encuentros, viajes, trabajos, problemas…, que siempre terminaban en unirnos más y en fortalecer nuestra fe; lo que me lleva también a la conclusión de no saber dónde reside su mayor mérito: si en la palabra que dice o escribe, en su sabiduría, en su poesía, en el toque del Espíritu Santo, en su permanente disponibilidad para cualquiera, en su santa modestia, en la profunda amistad que nos brinda.
Nafra (Portugal), 15 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005