Testimonio Mariano Vázquez

(Sacerdote. Viceconsiliario Diocesano de Cursillos en Madrid. España. Director Espiritual de la Ultreya de Majadahonda

Aunque hice mi primer cursillo de cristiandad en la diócesis de Madrid en octubre de 1960, a los 28 años, no conocí a Sebastián hasta veintisiete años después. Recuerdo con gratitud a Dios el momento y la fecha en que lo conocí: los cursillistas de la parroquia de San Fernando de Madrid, donde ejercía yo mis servicios sacerdotales, como vicario parroquial, me invitaron a hacer un cursillo de cristiandad que iba a celebrarse en Pozuelo de Alarcón del 7 al 10 de mayo de 1987; era el cursillo mixto nº 54 de la diócesis de Madrid.

En dicho cursillo Sebastián iba como director espiritual. Pocas palabras crucé con él durante esos días. Fue al atardecer del tercer día, justamente el día 10, domingo, cuando nos encontramos cara a cara; cambiamos impresiones sobre el cursillo y la Hoja de compromisos.

Me cautivó su sencillez, su delicadeza, su amabilidad, su comprensión, respeto y libertad en la escucha y atención a mi persona –como lo hace con todo individuo– y sobre todo su testimonio sacerdotal.

Se había producido al menos por mi parte una química afectiva. Fueron días trascendentales en mi vida. Días de verdadera conversión del corazón, de memoria de mi “gran y primer amor: Jesucristo, mi sacerdocio, la Iglesia, el sentido de mi vida consagrada”. ¡Bendito sea Dios Padre! Él “tocó” mi corazón, me manifestó su gran amor por mí, su paciencia y su misericordia a través del testimonio de aquellos sacerdotes y seglares responsables del Cursillo.

Aquel domingo fue el comienzo de un prolongado y profundo encuentro en el trato, amistad, fraternidad sacerdotal y en la colaboración sin condiciones en el gran sueño de su vida: la propagación del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Desde el día siguiente, lunes 11 de mayo, le he acompañado como confesor en la Ultreya de López de Hoyos hasta mi marcha a las Rozas, lunes tras lunes, y sigo ahora acompañándole siempre que mis obligaciones me lo permiten.

Junto a mi hermano Pedro, también sacerdote, en Sebastián he encontrado siempre al hermano sacerdote que auxilia, alienta, comprende, y con su habilidad poco corriente va ayudándote a descubrir la vocación sacerdotal en el MCC. Todo cuanto sé acerca del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, a él principalmente se lo debo después de a Dios. Primero siendo su colaborador en mis primeros cursillos como sacerdote en Guadalajara (noviembre 1987, marzo 1988, mayo 1989…); después como colaborador suyo en la Escuela de San Pablo y en sus Escuelas de Iniciación.

Recuerdo con alegría inmensa cuanto aprendí y cómo me enamoré del MCC, en mi peregrinación con él y con unos 45 jóvenes chicos y chicas de la Escuela de San Pablo a Mallorca en julio de 1995, para forjarnos en el amor a las esencias de MCC, conociendo directamente sus orígenes: Monasterio de San Honorato, Santuario de la Virgen de Lluc, verdadera Madre y protectora de Cursillos, el relato de las experiencias del Vía crucis nocturno de Caimari a Lluc, catedral de Mallorca, Parroquia de Santa Eulalia, Centro de Cursillos…

En los anocheceres, en el jardín de la residencia de Valdemossa donde nos hospedamos, y hasta casi medianoche iba reviviendo Sebastián anécdotas, experiencias, acontecimientos de la preparación para la peregrinación a Santiago en 1948, y de los primeros años de cursillos en la Isla, e iba contagiando su gran espíritu apostólico en los jóvenes y no tan jóvenes oyentes, como yo. ¡Cómo saboreé esas vivencias en los Ejercicios Espirituales que realicé en San Honorato, cuna de los actuales Cursillos de Cristiandad, al término de aquella peregrinación! Doy gracias a Dios y renuevo mi entrega al MCC cuando repaso las fotografías que conservo de aquellos momentos felices.

¿Quién es Sebastián para mí? No encuentro definición mejor para expresar el ser de Sebastián, que la que le daba su madre: “Sebastián cuando pasa, parece que pasa el viento”. Maravillosa descripción de quien es Sebastián a lo largo de su vida. Pero no es un viento el suyo cualquiera, no es algo metafórico, es algo real: cuando él pasaba en su juventud, en su madurez sacerdotal, y cuando yo he tenido la gracia de Dios de conocerlo, era el “viento del espíritu divino” el que pasaba con él. En sus múltiples tareas pastorales –profesor del Seminario, director a la vez de varios centros educativos de Mallorca, capellán de jóvenes soldados, consiliario de Jóvenes de AC, canciller secretario del obispado, canónigo de la catedral…-, siempre era llevado por el Espíritu de Dios, ayudando a los jóvenes, enseñando a los seminaristas, predicando la palabra de Dios en el púlpito, retiros, charlas, escritos… Como Pablo, tratando de gastarse y desgastarse por dar a conocer a Jesucristo a sus hermanos. El trípode clásico de Cursillos: “ilusión, entrega y espíritu de caridad”. Sebastián antes de enseñarlo con la palabra lo testimoniaba con la vida. Siempre más y más “inri” con su frágil salud de hierro, dándole fuerza y vigor “el viento del espíritu”. Él no se llama “campanella”, pero en todo momento ha sido y es una campanita que alaba a Dios y ayuda a descubrirlo, como relata en su rollo de Gracia.

Sebastián quisiera ser “el hombre de la ilusión”. La humildad le hace pensar que lo ha intentado ser, pero que no lo ha conseguido nunca. Por el contrario, los que le conocemos sabemos: que “sigue caminando” desde antes de llegar a Santiago con los 700 jóvenes mallorquines, con la ilusión del niño que deseando ser sacerdote, surca los mares, a los trece años y solo, desde Argentina a Mallorca para ingresar en el seminario.

Es el sacerdote que, desde muy joven hasta su edad anciana y hasta que Dios le llame, siempre es, ha sido, y será el sacerdote de la ilusión, porque por la conquista de las almas cree en el don de todos los dones. Es el hombre que “no conoce cansancio”, y si lo tiene “no se cansa de estar cansado”; hombre que, a sus 85 años, intenta ser joven – como Juan Pablo II – porque a su edad sigue teniendo proyectos y no se deja vencer por los años ni las fatigas.

Lo observamos cuando aún ahora pones a Sebastián un micrófono en la mano y tiene delante un grupo de personas, él se enardece, se entusiasma, se llena de vigor y hace latir con ardor el corazón del oyente.

Si esto ocurre a su edad actual, cómo sería el fuego que salía de su boca y el vigor que comunicaría a aquellos jóvenes de sus primeras horas sacerdotales, que querían pegar fuego a Mallorca solamente con el arma de los Cursillos de Cristiandad recién estrenados: “Mos pegam foc”, era el título de Proa, abril 1949, nº 125. Y era cierto: se pretendía llegar a 200 los jóvenes que, al finalizar el año 1949, hubieran hecho cursillos, y ya en el mes de abril se había llegado al centenar de jóvenes cursillistas. Sólo en el mes de abril estaban programados cuatro cursillos más. Por eso, la juventud de Mallorca “sa pega foc”.

Termino mi Testimonio con palabras del joven Sebastián, de 37 años, en su “Adiós a los jóvenes de AC, para pasar a ser Consiliario de la Junta Diocesana y Vice-Delegado Episcopal en la Acción Católica (año 1950). Al sentirse un poco “abuelo” de aquella juventud, pedía permiso para darles “sus consejos de corazón a corazón”; unas consignas, que son muy válidas también para nosotros hoy:

“Sed optimistas. No os dejéis vencer por la apatía, por la indolencia, por las murmuraciones. En medio de la prudencia conservad esa audacia que nos hace defensores de una santa rebeldía contra tanta mercancía averiada que sólo lleva marchamo y etiqueta de cristianismo”.

“Sed generosos. Sed siempre voluntarios para las empresas más costosas. ¡Solo así se tiene derecho a llamarse anciano! Odiad las medias tintas. El que es de Cristo sólo a medias, es a medias del diablo; pacta con él. Y es un traidor”.

“Llevad la caridad hasta los últimos extremos. Desechad las envidias, las emulaciones, el amor propio. Sentíos hermanos hasta de los que nos fastidian con su antipatía o sus criterios despistados. Amaos rabiosamente”. La frase no es mía. Es de un prelado español. “No olvidéis que ha llegado la hora de la acción”. (Proa, julio – agosto 1950, nº 140-141).

Queridísimo Sebastián, agradecemos a Dios, toda tu vida entregada a un solo ideal: el servicio al Señor y la dedicación total a la Iglesia a través de este instrumento ideado por Dios para la evangelización de los ambientes, que es el Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Que Dios te lo premie y te llene de su amor por tanto bien como nos has hecho con tu vida plenamente sacerdotal.

Contigo y con los iniciadores de Cursillos de Cristiandad, creemos que todavía hay milagros: un río de fuerza joven va a volcarse, desde nuestros cursillos sobre nuestros ambientes. Entonces no sabíais todos los planes que Dios tenía preparados, pero los intuías tú de alguna manera, cuando decías en la primera clausura del cursillo de San Honorato, y continúas diciéndonos hoy: mayores cosas veréis con la fuerza de Dios.

Madrid (España), 12 de octubre de 1998
Testimonio recogido en el libro
«Conversaciones con Sebastián Gayá» de Mariví García. Madrid. 2005