Etapa I:¡En marcha los peregrinos!
1º
Cuarenta años de un caminar anhelante llevaba el pueblo de Israel, cuando después de la liberación de su esclavitud egipcia, pudo acampar en la Tierra Prometida, ansia de sus ilusiones, término de su itinerario.
Y en recuerdo de aquellos años de camino, cuando acontecía celebrar su recuerdo, en las fiestas pascuales, comía el Cordero, símbolo de su independencia y clarín de su peregrinación. Y lo comía, atadas las sandalias, probablemente de pie y empuñando el báculo del viaje. Estaban prestos a reanudar su ruta infatigable.
Toda la historia de Israel, con sus hecatombes y sus apogeos, era sombra y signo y aviso de una realidad. Y en esa página de inquietud y nomadismo, hay también su clara lección. Aquello era gritar a los oídos de los mortales todos, la verdad que formulará luego San Pablo, el peregrino incansable del mundo antiguo, en búsqueda de almas: “Esta nuestra casa terrestre es como una tienda” de campaña para el soldado, o como una tienda de marcha para el alpinista. Cuando esta tienda se derrumbe, “tenemos un edificio, obra de Dios, una morada no labrada por manos de hombres”, sino construida por el Arquitecto de la eternidad…
¡Si el mundo llegara a percatarse, Señor, que aquí solo tiene el destierro que conduce al oasis; y que sólo ha llegado deportado a esta tierra para que esta tierra le sirva de pórtico a la Patria del más allá!
Por eso somos, nada más, viandantes. La Teología nos llama “viadores”, es decir, seres que estamos en vía, en camino: el camino que, con más o menos posadas de paso, nos lleva a la eternidad. Por eso San Pablo, en su carta a los hijos de Corinto, establece esta consigna, como cicerone, caudillo y conductor de peregrinos: “Por la fe caminamos”: somos caminantes cuando recibimos la fe del Señor.
2º
¿Cuál es la meta? ¡Dios!
Sin embargo, a lo largo del camino, el que ha jurado a Dios odio sin treguas, nos ofrece miradas con panoramas de embeleso. E ingenuamente, como Pedro en el Tabor, los turistas quisiéramos fijar aquí el término del viaje: “¡Qué bien se está!”. Las serpientes silban en cualquier ribazo del camino silbos encantadores. Y las sirenas del mar cantan en las rompientes de las olas, vestidas con mantos de seda azulada, como aquella “Ruixamantells” que inmortalizó Costa y Llobera.
Y no es posible escuchar su voz. El alpinista que ha subido al risco imponente, esparce la vista en abanico; admira el valle, y las fuentes que se persiguen, y las águilas que se hunden en los cielos. Todo aquello es bello; pero cuando el sol se precipita en el mar, también él deja su risco… y reanuda su marcha.
Así el hombre: los riscos y las perspectivas son -¡deben ser!- sólo espuela y acicate y aperitivo para los panoramas en que, al término de la vida, irá a dar. ¡En marcha hacia Dios!
3º
¿Cómo llegar? ¡Santos! Porque Dios es el Santo de los Santos; es la Santidad. Y en su mansión –patria de los hombres romeros- sólo caben los que llevan en el alma un reflejo de su santidad.
Por eso Jesús a los apóstoles, a los discípulos, a los mercaderes y a los soldados, a los doctores y a los labriegos -¡a todos!- pudo dar su encomienda: “¡Sed santos como lo es vuestro Padre que está en los cielos!”
Por eso los santos han peregrinado constantemente, aun cuando vivieran recluidos y enclaustrados entre las paredes de un monasterio, o subidos a una columna del desierto, porque día tras día, sin saber de descansos ni desalientos, han ido llenando y cumpliendo las etapas del camino de santidad.
Por eso, todos, al llegar a la meta para sentarnos en el banquete del Rey, debemos llevar la vestidura nupcial de la santidad, so pena de ser arrojados a las tinieblas, al caos, a las penas sin fin.
4º
Y ese es el sentido es el sentido espiritual y hondo de nuestra peregrinación a Santiago. Santiago fue el peregrino audaz que llevó su temeridad hasta el Finis Térrae –Finisterre-, el extremo de nuestra tierra española. Fue el peregrino, maestro de todos los peregrinos ibéricos.
Y Santiago ha sido, en largas centurias cristianas, el sepulcro amado de penitentes y romeros. Toda la cristiandad caminó hacia la tumba del Peregrino.
Y al lanzar hoy la Juventud Católica de España, ese anhelo de peregrinación a Santiago, afirma y jura, más que llegar ante los despojos del Apóstol, hacerse peregrina de un incesante caminar hacia Dios por las sendas de la santidad.
Iremos a Santiago, es decir: iremos a ser santos; peregrinaremos hacia el ideal; caminaremos hacia Dios.
Ni un día más de espera. No busquemos ya más en los mesones y posadas. Infatigablemente, incansablemente, cogeremos el cayado y la concha; atamos las sandalias, y emprenderemos la romería.
Somos una legión de peregrinos. ¡En marcha los romeros! ¡En marcha los aspirantes a la santidad!
Si os sorprende la noche de un desánimo, levantad los ojos a esos cielos que la noche empavesa de estrellas, y aún en la noche veréis lucir como una esperanza y aguijón del caminante, el camino de Santiago, que es el polvo de los romeros que un día fueros vanguardistas nuestros, hacia el Santiago de la santidad.
¡Corazón que vibras, no duermas! ¡Juventud heroica, no descanses! ¡Altos los ojos! ¡Alto el propósito! ¡Firme el paso!
¡Señor, danos ya el báculo de peregrinos!
Sebastián Gayá Riera
Diciembre 1945