Alegres porque somos hijos en el padre

Alegres, ¿por qué? Porque me sé hijo del Padre y sé que estoy en sus manos.
Es inefable, llena de encanto la alegría del niño cuando el padre llega a casa y sabe que no le va a faltar nada: el Señor es mi Pastor…
Sabe que está seguro contra lo que pueda venir.
Sabe que, hasta el camión que está roto, se pondrá en marcha porque el padre lo va a arreglar.
No hay padre tan padre como el Dios al que llamamos Padre porque lo es.
Juan, en el Sermón de la última cena, pone en labios de Jesús esta súplica: “Padre, guarda a aquellos que me has dado” (Juan 17, 11)
Esta mañana nos dice: Creedme; fiaos; no os podía dejar en mejores manos que las de aquella noche.
Aunque el mundo os odie y no os comprenda y se burle de ti…, porque no quieres seguir el mundo de las litronas o de los desmanes…, porque quieres evitar las ocasiones que ponen en peligro tus compromisos, evitando mezcolanzas peligrosas, porque te santiguas al empezar a comer y te atreves a entrar en la Casa del Padre para tu Eucaristía…
Aunque tengas que soportar las sonrisas de los cínicos que sólo saben ver los polvos para convertirlos en barros.
Aunque te sientas la oveja perseguida por los lobos carniceros que quisieran prostituir nuestra juventud…, mantente alegre: estáis en sus manos: las manos que crearon las galaxias y chorrearon sangre en la cruz; las manos que abren los lirios del campo y no dejan que caiga sin su voluntad un cabello de la cabeza. ¡Mi cabello no puede caer!
Mirad los árboles arraigados junto al torrente, que nunca amarillean ni se amustian. Aquel que se arraiga en el amor del Padre ofrecerá siempre a su comunidad frescura de alegría y esperanza de coraje.
Ni siquiera el pecado puede hundirnos en el pesimismo. El Amor del Padre es más grande que nuestro mal; la misericordia del Padre es más fuerte que vuestra miseria. También en verano hay un Sacramento para el perdón. También en verano Dios perdona.
Dejémonos amar por Dios en el perdón. Dejémonos amar por Dios en la Eucaristía. ¿Por qué no cada tarde? Dejémonos amar por Dios desde el fuego del Sagrario.
Padre, danos la alegría de sabernos tus hijos. ¡Tus hijos, no tus esclavos! Somos hijos; soy hijo tuyo, Señor de toda bondad…, y estoy alegre.
Convivencia de fin de curso. En San Cristóbal
15 de junio de 1991