El que quiera venir (II)
Hay que dar un paso más: “el que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz.
Todo lo cristiano empieza como todo lo de Cristo: con una cruz. El primer signo que recibe el niño que va a ser bautizado, incluso antes de recibir el agua, será la cruz. El sacerdote le signa con la cruz la frente: como si quisiera decir coloquialmente: aquí no se engaña a nadie. No os equivoquéis; el Bautismo convertirá a este niño en hijo de Dios; pero sepáis que el ser cristiano es ser hombre de cruz. Y como si quisiera que la idea penetrara bien en la vida, invita al padre a que también…, y después invita a la madre a que…, y después invita al padrino, y después invita a la madrina. Cinco cruces preceden al agua bautismal: no pueden caber las dudas: cristiano, serás el hombre de la cruz.
Cuando Pedro, en aquella mañana del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, a la hora del viento y del fuego -como en lenguas de fuego desciende sobre los Apóstoles el Espíritu Santo- tiene que dar su primer mensaje urbi et orbi, a aquella Iglesia que está naciendo, no tiene más ocurrencias que hablar del Cristo Crucificado -el de la Cruz- que luego resucitó. Estaban los Once desconcertados todavía entre aquella avalancha vertiginosa de los acontecimientos que acababan de vivir -la muerte del Maestro, el abandono y la soledad de su muerte, la piedra de su sepultura, los primeros rumores de su resurrección, las mujeres que van y vienen con el estupor de la noticia, María que cuenta, temblando, el momento en que le dice Señor al jardinero del sepulcro, y las apariciones del Lago, en que Jesús jardinero se hace el cocinero que sobre las brasas encendidas en la costa, está asando unos peces, y las dudas de Tomás que no cree a nadie, y la visión de las manos del Maestro agujereadas por los clavos- …y desconcertados los Once, ahora, hablando del Cristo de la Cruz, lo entienden todo: la vida y la muerte, la resurrección y la esperanza. ¡Si ahí estaba el núcleo y la base de todo: todo en la Cruz en la cruz que dirá San Pablo que es necedad para los gentiles y escándalo para los judíos… ¡Hay que gritar a todos los aires, en todas las lenguas, el triunfo del Cristo de la Cruz!
Moltmann, un gran teólogo, se pregunta hoy qué significa el recuerdo de un Dios Crucificado para una sociedad oficialmente optimista, vitalmente corrompida y asqueada en su mar de consumismos… “Rodeados de muertes, dice él, jugamos a ser felices”.
O la Iglesia y los cristianos redescubrimos que somos la Iglesia y los hombres de la cruz, o dejamos de ser la Iglesia y los hombres de Jesús.
No podemos conformarnos con un Jesús Niño sin pesebre; con un Cristo adolescente jugando con chavales, con un Cristo adulto desparramando rayos láser de milagritos. No hay más Cristo que el Cristo de la Cruz. Mi vida cristiana es una vía sacra que desemboca en el Calvario. Cruces cada día; cruces a todas horas; cruces y cruces y más cruces. Cruces de incomprensión; cruces de limitaciones; cruces de vacíos; cruces de superaciones. Dejo una cruz, para tomar otra, porque cada día tiene su afán, y cada afán tiene su cruz. Y lo que no se me va a permitir es que a las 11 esté besando la cruz y a las doce esté maldiciendo mi cruz de cada día, que es una astilla pequeña arrancada a la gran cruz del Cristo el Salvador. ¡¡Benditas sean, Señor, las cruces con que me hieres!! Sólo cargado con cruz puedo asemejarme a Ti; sólo a base de cruz puedo ayudarte a salvar el mundo. ¡Benditas sean, Señor, las cruces con que me hieres!
Y hay un otro paso todavía… y gracias a Dios: “el que quiera venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz de cada día…, y sígame”.
Menos mal. Ahí está mi tabla de salvación. ¿Qué haría sin mí y con cruz, si no te tuviera a Ti? ¡Seguirle: seguirle a Él! El que sigue a otro, va detrás de ese otro que le va delante. Yo pegado a Él; yo a la sombra de Él; yo acompañándole a Él; ¡yo acompañado de Él! Nunca solo; nunca con mis solas fuerzas. ¡No podría! ¿Sólo y con cruz? Imposible vivir; imposible creer; imposible amar; imposible avanzar. Pero ¿con Él? Con Él -recordemos aquellos tres días del gran encuentro con Él en el Cursillo-, con Él, yo soy mayoría aplastante; con Él todo lo puedo; con Él… “mayores cosas verás”. Ni yo sin Ti me quedo ni Tú sin mí te vas.
Gracias, Cristo pregonero, por tu pregón. En muy pocas palabras me has dado todos los tomos de las lecciones necesarias para vivir. Ahora solo me falta luz -tu luz- para profundizar en el meollo de tus palabras; sólo me faltan fuerzas -tus fuerzas- para nunca desfallecer: ¡Yo soy de los que quieren ir en pos de Ti, renunciando a mí, cargado con mi cruz, y siguiéndote cada día! Gracias. Yo, de los tuyos, Señor.
Majadahonda; 18 de enero de 1992
Convivencia de la Escuela de San Pablo