Sacerdote
Sacerdote
El cielo y la tierra, Dios y los hombres se encuentran y se abrazan en ese hombre divinizado, en ese ser -el sacerdote- que siendo hombre lleva el sello y los poderes de Dios. Cuanto dice de relación entre Dios y los hombres, pasa por las manos de esos embajadores de Dios, representante de los hombres, que es el sacerdote. Tiene algo de hombre: su naturaleza humana; tiene algo de Dios: su vocación divina y su consagración sacerdotal. Porque Dios debe haberle elegido; nadie puede alzarse embajador si no tiene una embajada; y para esa embajada, para ese mensaje sólo puede llamarle quien tiene un mensaje para enviar. Y como para esa embajada deben dársele poderes plenos, sólo el que tiene ese poder puede delegarlo. Por eso el sacerdote «vocatur a Deo», debe ser destinado por Dios a ese ministerio divino entre los hombres, y de Dios recibe las credenciales que le acreditan como embajador de Dios. No puede el hombre apropiarse ese honor; no puede escoger él esa función divina y divinizadora; sólo Dios puede confiársela. Desde la eternidad el sacerdote lleva sobre su frente la llamada de predilección, por la que le segrega de entre los hombres, aunque vive entre ellos, le eleva sobre todos los hombres y le constituye punto medio de enlace de unión, entre los hombres y Dios.
Tal es la naturaleza del sacerdote.
El primer Sacerdote, el Supremo y Eterno Sacerdote, el Sacerdote por antonomasia, de cuyo sacerdocio son sólo partícipes todos los sacerdotes, es Jesucristo, el gran Embajador de Dios. Y mirad cómo tiene que tomar una naturaleza humana: si fuera sólo Dios, no podría ser su sacerdote porque el sacerdote es mediador y Dios no puede ser mediador porque no es medio es uno de los extremos de la mediación. Y el Verbo se hace hombre, con su carne sometida al hambre y al cansancio, con su alma punzada de amarguras y dolores, con unos labios que rezan y unos ojos que lloran y un corazón que sufre. Y se hace hombre para ser sacerdote porque el fin de la encarnación del Hijo de Dios es la redención de la humanidad, y la redención debe lograrse por la gran función sacerdotal del sacrificio de la Cruz.
Y Jesucristo es llamado y consagrado sacerdote por Dios. En las honduras de la eternidad oyó el Hijo de Dios la llamada del Padre, que él acepta humildemente; mitte me; mándame; y queda ungido sacerdote en el momento augusto en que la naturaleza humana de Cristo, unida a su naturaleza divina, empieza a ser elaborada en las entrañas milagrosamente fecundas de la Virgen Madre de Jesucristo Sacerdote. Y desde entonces toda su vida es vida sacerdotal; todos sus actos sacerdotales, porque todos ellos son actos de embajador de Dios entre los hombres, son actos de mediación entre los hombres y Dios. Todos los momentos de su vida se entrega a Dios y se entrega a los hombres; mejor dicho, es entrega a los hombres y es entrega a Dios por los hombres.
Si llora en Belén la pobreza de aquel establo en que nace, es ya sacerdote que ofrece al Padre la ofrenda de su dolor, y a los hombres el ejemplo de su pobreza. Si se encallecen sus manos en el taller de Nazaret, es ya sacerdote que ofrenda al mundo la lección de su trabajo hecho oración, de su oración hecha trabajo. Si a las orillas del lago o sobre las laderas del monte, va sembrando la verdad de su doctrina, si junto al pozo llama a la mujer, si en Cafarnaúm perdona al paralítico, si en el Cenáculo nos brinda su cuerpo hecho alimento, si, sobre todo, sube al Calvario para la gran ofrenda de su ser al Padre, en el sacrificio de la Cruz es sacerdote que va acercando a Dios las almas de los hombres hermanos. Y como su función sacerdotal es, por ser suya, de valor infinito, Jesucristo es el gran Sacerdote, el Supremo y Eterno Sacerdote, sobre el cual habrán de copiar su vida y su misión cuantos sean llamados por Dios al sacerdocio. Desde entonces todo sacerdote será otro Cristo.
El mismo Señor les decía así a los Apóstoles primeros que proseguirían en el mundo su ministerio sacerdotal: como a Mí me envió mi Padre, así yo os envío. Como me envió mi Padre; con la misma función y el mismo cargo y el mismo ser sacerdotal; como me envió mi Padre, con los mismos poderes y prerrogativas; como me envió mi Padre, con el mismo espíritu y el mismo ideal y la misma suerte, como me envió mi Padre, con mi propia dignidad y mi propia personalidad, así os envío Yo para que seáis Yo mismo pasando al borde de las almas por todas las encrucijadas de la Historia. Haced esto en memoria mía; ofreced mi propio sacrificio en el sacrificio de vuestra Misa, como si fuerais Yo; id, como yo he ido, predicando al mundo la santa verdad que salva; perdonad a las almas, como yo las perdonara; acercaos a las conciencias como Yo para consolar sus fatigas y asomarlas a Dios; recoged, como Yo, a todo el que sufre y a todo el que duda; bautizadlos a todos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; todo lo que absolveréis, será absuelto; apacentad mis almas; yo estaré con vosotros; yo seré en vosotros; yo soy vosotros hasta la consumación de los siglos.
Y apoyado en la verdad y en el poder de aquellas palabras y aquellas promesas de Cristo, el sacerdote, ese hombre que tiene carne de hombre y funciones divinas, va, como Cristo, por la tierra. Vive en la tierra; pero el suelo le sirve más de sostén en que apoyarse que de morada para vivir. Todo él trasciende a Cristo. Toda su personalidad proyecta sombras divinas. Lleva el sello del más allá. Se mueve en la esfera de lo sobrenatural; refleja los rasgos de Cristo; lleva su misma embajada; es Cristo quien bautiza cuando él bautiza; es Cristo quien bendice cuando él bendice; es Cristo quien predica cuando él enseña; y es Cristo quien repite su sacrificio, capaz de la redención de mil mundos, cuando él sobre el altar ofrece el augusto sacrificio. Es el Cristo que transita por el mundo, místicamente reencarnado en la persona del sacerdote, operario de las mieses de Cristo, maestro de las almas de Cristo, pastor de las ovejas de Cristo, mensajero de las verdades de Cristo, un Cristo humanado que elegido por Dios pasa junto a nosotros a través de la historia.
Tal es la función del sacerdote de Cristo.
Extracto de la predicación de Sebastián Gaya
«Misa Nueva» de un sacerdote recién ordenado
Ermita de San Salvador (Felanitx – Mallorca)
31 de julio de 1952
Alegres porque somos hijos en el padre
Alegres porque somos hijos en el padre
Alegres, ¿por qué? Porque me sé hijo del Padre y sé que estoy en sus manos.
Es inefable, llena de encanto la alegría del niño cuando el padre llega a casa y sabe que no le va a faltar nada: el Señor es mi Pastor…
Sabe que está seguro contra lo que pueda venir.
Sabe que, hasta el camión que está roto, se pondrá en marcha porque el padre lo va a arreglar.
No hay padre tan padre como el Dios al que llamamos Padre porque lo es.
Juan, en el Sermón de la última cena, pone en labios de Jesús esta súplica: “Padre, guarda a aquellos que me has dado” (Juan 17, 11)
Esta mañana nos dice: Creedme; fiaos; no os podía dejar en mejores manos que las de aquella noche.
Aunque el mundo os odie y no os comprenda y se burle de ti…, porque no quieres seguir el mundo de las litronas o de los desmanes…, porque quieres evitar las ocasiones que ponen en peligro tus compromisos, evitando mezcolanzas peligrosas, porque te santiguas al empezar a comer y te atreves a entrar en la Casa del Padre para tu Eucaristía…
Aunque tengas que soportar las sonrisas de los cínicos que sólo saben ver los polvos para convertirlos en barros.
Aunque te sientas la oveja perseguida por los lobos carniceros que quisieran prostituir nuestra juventud…, mantente alegre: estáis en sus manos: las manos que crearon las galaxias y chorrearon sangre en la cruz; las manos que abren los lirios del campo y no dejan que caiga sin su voluntad un cabello de la cabeza. ¡Mi cabello no puede caer!
Mirad los árboles arraigados junto al torrente, que nunca amarillean ni se amustian. Aquel que se arraiga en el amor del Padre ofrecerá siempre a su comunidad frescura de alegría y esperanza de coraje.
Ni siquiera el pecado puede hundirnos en el pesimismo. El Amor del Padre es más grande que nuestro mal; la misericordia del Padre es más fuerte que vuestra miseria. También en verano hay un Sacramento para el perdón. También en verano Dios perdona.
Dejémonos amar por Dios en el perdón. Dejémonos amar por Dios en la Eucaristía. ¿Por qué no cada tarde? Dejémonos amar por Dios desde el fuego del Sagrario.
Padre, danos la alegría de sabernos tus hijos. ¡Tus hijos, no tus esclavos! Somos hijos; soy hijo tuyo, Señor de toda bondad…, y estoy alegre.
Convivencia de fin de curso. En San Cristóbal
15 de junio de 1991
La ilusión
La ilusión
Hombres de mucha fe ¿por qué perdéis la ilusión?
Teológicamente la ilusión no es un derivado, sino una derivación, un eco, una resonancia, psicológico de la virtud de la fe.
No es verdad, decía la semana pasada el Santo Padre, que la vida sea gris. Es verdad, sí, que se pasa por el tubo de la noche oscura, de las horas malas; es verdad que son muchos los momentos en que sentimos tremendo desconcierto -Dios es a veces desconcertante-; es verdad que a ratos la vida es cuesta muy empinada; pero, a pesar de todo, si tengo fe, si vivo vida de fe, la vida tiene una luz espléndida. En el centro de los acontecimientos veo a Cristo. Aunque dormido, veo a Cristo en mí dolor y mi alegría; veo a Cristo en mis momentos malos… Él es mi alegría. Él es mi optimismo. Él es mi ilusión. Y esa fe se refleja en el optimismo y en la ilusión con que amanezco todos los días, sabiendo que ninguna contrariedad me hallará sólo y desvalido; sino que…
¿Verdad que el enfermo apenas se sentiría deprimido si supiera con absoluta certeza, con certeza infalible que el médico le iba a curar, sin que pudiera surgir ninguna complicación que el médico no pudiera vencer?
Este es el caso del hombre de fe. Él sabe que Dios tiene todos los hilos; él sabe que Dios no sufre olvidos ni despistes -ni un cabello puede caer-; él sabe que Dios le quiere; él sabe que lo puede todo.
Entonces, estalla en Él, fruto de la fe y de la esperanza, un sentimiento de optimismo, de alegría, de ilusión. El gozo del espíritu es fruto del Espíritu Santo. No necesita milagros para creer y obrar; tiene tanta fe que merece que Dios se los haga. Hasta las montañas sabe que se trasladarán.
Hombres de mucha fe ¿por qué perdéis la ilusión?
Majadahonda, 5 noviembre 1967
Convivencia Cursillistas
La entrega
La entrega
Toda mi vida debe ser una nota de generosidad y un acto de entrega.
Pero esa ilusión exige una entrega, porque la fe no puede ser muerta. La fe debe ser vivida. La fe debe ser coherente y vital. La fe debe inundar todas las cavidades del hombre, todas sus facultades. La fe debe ser luz de ilusión para su inteligencia, pero debe ser turbina de su voluntad.
Y ahí tenemos la entrega. A un Dios providente que se entrega generosamente para ser mi vida, para levantar mi vida, para divinizar mi vida; a un Dios que se anonada y toma la forma de siervo (S. Pablo), y toma una naturaleza de hombre, para que el hombre sea hijo de Dios; a un Dios que se entrega al hombre, corresponde un hombre que se entrega a Dios. Nobleza obliga.
Si tengo fe, fe que baja a todos los recovecos de mi persona y de mi circunstancia, la entrega a Dios es un postulado, un imperativo categórico de mi fe.
Porque, de lo contrario, mi ilusión -mi optimismo, mi enamorar- sería mera ilusión, mero engaño, mera mentira. Si Dios merece ser la ilusión suprema de toda mi vida, toda mi vida habrá de estar en función de Dios. Mi vida no es mía; no me pertenece. Mi vida ha sido sellada por Él y en Él. Toda mi vida debe llevar ese molde, ese sello, ese carácter que la define, que la determina, que la caracteriza.
Él cuida de todo lo mío; Él cuida todos mis momentos, todas mis cosas; luego todas mis cosas y mis momentos y mi vida habrán de ser respuesta generosa a esa Providencia que me ha hecho lo más grande, lo más sublime que pueda pensar un simple mortal: hijo de Dios, hermano de Cristo, templo del Espíritu Santo.
No hay un instante en que el hijo deje de ser hijo; no hay un momento que pueda independizarme de la dulce paternidad de Dios. Toda mi vida debe ser una nota de generosidad y un acto de entrega.
Majadahonda, 5 noviembre 1967
Convivencia Cursillistas
Espíritu de caridad
Espíritu de caridad
No somos granos de arena, somos sarmientos de una misma vid. La vid -el tronco, la cabeza- es Cristo; nosotros somos los sarmientos. No somos gota de agua; somos mar. No somos islas en un archipiélago; estamos todos vitalmente conectados.
Somos Pueblo de Dios; somos asamblea, somos comunidad. El hecho del Bautismo nos ha incorporado, nos ha integrado en una comunidad eclesial, en el misterio de la Iglesia.
El Bautismo nos ha injertado en un cuerpo social, que, por sus especiales características llamamos Cuerpo Místico.
No somos granos de arena, somos sarmientos de una misma vid. La vid -el tronco, la cabeza- es Cristo; nosotros somos los sarmientos. No somos gota de agua; somos mar. No somos islas en un archipiélago; estamos todos vitalmente conectados. Mi vida es la vida del Cuerpo, la vida de las otras células, la vida de Cristo, de la cepa de la vid.
Entonces me debo -se debe todo organismo vital- a dos leyes fundamentales: la unidad y la solidaridad.
Soy fragmento de un todo: del Cristo total, de S. Agustín.
La unidad, puesto que si cada órgano, cada aparato, cada célula, quisiera vivir a su talante, el organismo desaparecería como tal. La Iglesia no es reino de taifas; no es bandos de guerrilleros; el capillismo es la negación de la Iglesia; la Iglesia, por ser organismo de vida sobrenatural está atenido a la unidad. Quien rompa la unidad, comete un crimen de lesa Iglesia. Quién excluye a alguien, quiere excluir a una célula de esta Unidad.
Solidaridad: samaritano: si él puede, cuida de él; si la normalidad de su vida no le dejó, al mesonero
Quien sufre, que yo no sufra.
Quien enferma, sin que yo enferme.
Quien se quema, sin que yo me abrase.
Por eso hay que tener comprensión: comprensión para el que se va…, no para dejarle, sino para saber explicar su alejamiento; para el que va trampeando, no para dejarle en su ambigüedad, sino para afianzarle; para el que se queda, a fin de enriquecerle y promocionarle. Esta Convivencia intenta esto: hacernos más unos conociéndonos mejor; haciéndonos más unos enraizando mi vida en la vida de los demás, enriqueciendo a los demás con mi propio enriquecimiento, enriqueciéndome más con el enriquecimiento de los demás.
Sentirse solidario es compartir con otros una responsabilidad determinada. Nos sentimos solidarios cuando nos sentimos responsables, hombro a hombro, con quienes constituyen un mismo cuerpo.
Cuando el pie se lastima, no solo sufre el pie, sino todo el Cuerpo. Cuando se sufre una hemorragia, todo se moviliza para taponarla. La cabeza, el corazón, los nervios, los músculos, todas las células empiezan una contraofensiva.
Somos Cuerpo Místico de Cristo. Tú no eres una pieza de un ajedrez, sino un fragmento del cuerpo del que yo soy fragmento. Y tú y yo somos fragmentos de un Cuerpo del que son fragmentos los demás.
Solidariamente tú y yo y el otro y el otro vamos a empeñarnos, no por consejo de nadie, sino por imperativo vital, de que el corazón no se despreocupe de que sangre mi mano.
Esa ley de la unidad y esa ley de la solidaridad tienen nombre cristiano. Se llama caridad.
Un mandamiento nuevo os doy: Nuevo, sí, porque ha nacido una realidad: el misterio de la Iglesia. Ha nacido una entidad sobrenatural. Os améis como yo os he amado. Os améis como a vosotros mismos. La leyenda nueva: yo soy tú. Si yo y tu participamos de una misma vida, yo soy algo tú, y tú eres algo yo. Amándome te amo, amándote me amo. Amándote y amándome, amo a Cristo, nuestra Cabeza. Amándote y amándome, doy vida a Cristo, como Cristo nos da la vida.
Como yo os he amado. Dando vida. Dando vida, chorros de vida. Dando vida, dándome siempre, olvidándome de mí, de mis caprichos, de mis consecuencias, de mis soberbias, de mi amor propio… dándome. Esta es la suprema prueba de la caridad: dar la vida por el que se ama. Con ilusión, como Cristo: se le hacía tarde; no podía dejar de hablar.
Con entrega: como Cristo, evangelizando todos los ambientes, para quedarse de noche en oración. Con espíritu de caridad: como Cristo: aunque nos cueste un poco la vida.
Majadahonda, 5 noviembre 1967
Convivencia Cursillistas
El que quiera venir (I)
El que quiera venir (I)
«Después Jesús dijo a toda la gente: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y sígame”». (Lc 9, 26)
El gran pregón de reclutamiento, como un programa electoral, como un manifiesto para la convocatoria…:
“El que quiera venir en pos de Mí,
que se renuncie a sí mismo,
que tome su cruz de cada día y
que Me siga”.
Podríamos distinguir cuatro puntos1 o elementos
1. El respeto de Dios a la libertad del hombre: si alguno quiere…
2. La renuncia, primer paso del hombre por Dios: “niéguese a sí mismo”
3. La aceptación de la cruz, segundo paso: “tome su cruz de cada día”
4. El seguimiento, tercer paso, como confianza y seguridad: “sígame”.
El respeto de Dios a la libertad del hombre: si alguno quiere…
Es un acto de delicadeza, de gentileza de Dios el haber creado libre al hombre.
Teóricamente cabía que le hubiera creado sin libertad, como el sol, la luna y las estrellas, como los montes, los mares o los aires, como el árbol, el bosque o la flor como los reptiles, los cetáceos o las alondras: no tienen libertad.
A lo más, pueden aspirar a dejarse llevar por sus instintos. La ley de la física o la ley del instinto explican sus movimientos: Se puede saber el camino de un cometa o la hora del eclipse del año 2000: no se separan de sus órbitas y de sus ritmos.
También puedo saber que mayo nos dará sus rosas y octubre nos dará racimos. En cambio, no puedo saber si tomarás a la derecha o te quedarás quieto: eres libre para mover tus piernas o mantenerlas en reposo; eres libre para pensar, para aceptar, para querer, para amar, para vivir.
Dios ha empeñado de tal manera su palabra, que dejará que se abra un infierno antes que privar al hombre de su libertad.
El rey de la creación -el hombre es el ser creado para no estar sujeto, sino para dominar la tierra y someterla, para someter al cosmos en la historia-, debía tener libertad de movimientos, de criterios, de iniciativas y de decisión, ya que había recibido las riendas del mundo.
Dios no quiere un pueblo de esclavos sino una familia de hijos.
Desde lo alto de estas premisas, Jesús hace su pregón: “El que quiera venir…”
no hay una obligación, sino una invitación;
no hay una coacción sino una propuesta,
no hay una imposición, sino una exposición.
Exposición simpática, sonriente, impulsiva pero siempre dentro del respeto a mi libertad.
Puedes irte y regresar; puedes ir y no volver; puedes no ir y quedarte: la libertad es abanico abierto a posibilidades infinitas.
Sí no quieres subir y escalar,
si no quieres correr y fatigarte,
si no quieres quedarte aburrida y aburrado,
si quieres salir a tu aire y por peteneras, en tus intransigencias,
si quieres revolverte en el barro
si quieres descalabrarte en el mar de la corrupción, de la zafiedad, del cinismo… ¡puedes! Tú tocarás las consecuencias a las cortas o a las largas (más bien cada día y a todas horas); pero puedes.
Si quieres venir Conmigo; si quieres, ah si quieres…
Si quieres… Y ahí ves los ojos llenos de luz de un Cristo que te mira, que me mira, que me sigue mirando, mirando con la ilusión con que sólo puede mirar quien ha hecho almoneda, subasta de su divinidad, y te ha ofrecido y te ha entregado libremente -libremente- su vida… ¡Si quieres! ¿Quién le dice que no? ¿Te atreves? Es un cadáver. Dio su vida. ¡A ese cadáver lo reconozco yo! Por mí; por mí es cadáver el Cristo Crucificado. Mirarle y verás si puedes decir que no, cuando te dice: “Si quieres…”
La renuncia, primer paso del hombre por Dios: “niéguese a sí mismo”
Si quieres venir Conmigo; si quieres, ah si quieres…
Ahora bien, en el caso de que yo quiera, ¿cuáles son tus exigencias, Señor? ¿A qué me obligo? ¿Qué deberé hacer?
La respuesta es clara, diáfana, rotunda: venir conmigo -dice- supone tres pasos: renunciarse, tomar la cruz y seguirme.
Dejadme reposar un poco en cada paso, en cada exigencia: renunciar a sí mismo.
Renunciar es negarme; negarme es anularme; anularme es sobreponerme; sobreponerme es cambiar, empezar a ser otra cosa, porque debo dejar de ser lo que soy. Si sigo siendo quien era, no he renunciado a mí.
Desde estos supuestos, se entiende aquella fascinante concepción de San Pablo sobre el hombre viejo y el hombre nuevo, que arranca de aquella entrevista nocturna de Jesús con Nicodemo: el que no renace -y renacer supone morir y volver a nacer-, no pueda entrar en el Reino.
Ir con Él supone morir al hombre viejo -al hombre que era- con sus instintos, sus inclinaciones, sus concupiscencias, sus perversidades. Nacemos malvados, un niño es un criminal en ciernes, diría S. Agustín. Mi madre me concibió en pecado, cantaría el salmista. De siempre llevamos en la sangre el triste patrimonio del pecado original. Está dañado todo el tronco, la raíz misma del árbol de la humanidad. En mí cabe toda posibilidad de mal: la envidia, la ira, la soberbia, la sensualidad, la crueldad, el egoísmo, la pereza. Nada malo es ajeno a mí, diría el poeta: y esto es el hombre viejo, asediado por el mundo, el demonio y la carne.
Renunciar a mí mismo es morir a ese hombre viejo, y tener el valor de renacer como una verídica Ave Fénix, y sobre las cenizas del hombre viejo, el hombre del Evangelio, el hombre y la mujer cristianos, muy hombres ellos y muy mujeres ellas, pero ellos y ellas construyendo al hombre y a la mujer de las Bienaventuranzas, con criterios e ideas de Evangelio, con posturas y comportamientos de Evangelio, con iniciativa y reacciones evangélicas: hombres nuevos para un mundo nuevo, para una nueva evangelización, tal como de siempre lo soñó el Padre que está en los cielos.
Sabiendo renunciar a la ganancia fácil y al estallido iracundo y al placer ilícito. Sabiendo llevar las riendas de la vida y frenar el potro indómito de los instintos.
El hombre nuevo lo enfrenta todo y se enfrenta a todo con luz de Dios. (El caso de Cristóbal Almendro y las alas del Espíritu Santo). ¿A quién se le ocurre buscar así el color de las alas del Espíritu Santo? A un hombre nuevo hecho de Evangelio.
Majadahonda; 18 de enero de 1992
Convivencia de la Escuela de San Pablo
El que quiera venir (II)
El que quiera venir (II)
Hay que dar un paso más: “el que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz.
Todo lo cristiano empieza como todo lo de Cristo: con una cruz. El primer signo que recibe el niño que va a ser bautizado, incluso antes de recibir el agua, será la cruz. El sacerdote le signa con la cruz la frente: como si quisiera decir coloquialmente: aquí no se engaña a nadie. No os equivoquéis; el Bautismo convertirá a este niño en hijo de Dios; pero sepáis que el ser cristiano es ser hombre de cruz. Y como si quisiera que la idea penetrara bien en la vida, invita al padre a que también…, y después invita a la madre a que…, y después invita al padrino, y después invita a la madrina. Cinco cruces preceden al agua bautismal: no pueden caber las dudas: cristiano, serás el hombre de la cruz.
Cuando Pedro, en aquella mañana del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, a la hora del viento y del fuego -como en lenguas de fuego desciende sobre los Apóstoles el Espíritu Santo- tiene que dar su primer mensaje urbi et orbi, a aquella Iglesia que está naciendo, no tiene más ocurrencias que hablar del Cristo Crucificado -el de la Cruz- que luego resucitó. Estaban los Once desconcertados todavía entre aquella avalancha vertiginosa de los acontecimientos que acababan de vivir -la muerte del Maestro, el abandono y la soledad de su muerte, la piedra de su sepultura, los primeros rumores de su resurrección, las mujeres que van y vienen con el estupor de la noticia, María que cuenta, temblando, el momento en que le dice Señor al jardinero del sepulcro, y las apariciones del Lago, en que Jesús jardinero se hace el cocinero que sobre las brasas encendidas en la costa, está asando unos peces, y las dudas de Tomás que no cree a nadie, y la visión de las manos del Maestro agujereadas por los clavos- …y desconcertados los Once, ahora, hablando del Cristo de la Cruz, lo entienden todo: la vida y la muerte, la resurrección y la esperanza. ¡Si ahí estaba el núcleo y la base de todo: todo en la Cruz en la cruz que dirá San Pablo que es necedad para los gentiles y escándalo para los judíos… ¡Hay que gritar a todos los aires, en todas las lenguas, el triunfo del Cristo de la Cruz!
Moltmann, un gran teólogo, se pregunta hoy qué significa el recuerdo de un Dios Crucificado para una sociedad oficialmente optimista, vitalmente corrompida y asqueada en su mar de consumismos… “Rodeados de muertes, dice él, jugamos a ser felices”.
O la Iglesia y los cristianos redescubrimos que somos la Iglesia y los hombres de la cruz, o dejamos de ser la Iglesia y los hombres de Jesús.
No podemos conformarnos con un Jesús Niño sin pesebre; con un Cristo adolescente jugando con chavales, con un Cristo adulto desparramando rayos láser de milagritos. No hay más Cristo que el Cristo de la Cruz. Mi vida cristiana es una vía sacra que desemboca en el Calvario. Cruces cada día; cruces a todas horas; cruces y cruces y más cruces. Cruces de incomprensión; cruces de limitaciones; cruces de vacíos; cruces de superaciones. Dejo una cruz, para tomar otra, porque cada día tiene su afán, y cada afán tiene su cruz. Y lo que no se me va a permitir es que a las 11 esté besando la cruz y a las doce esté maldiciendo mi cruz de cada día, que es una astilla pequeña arrancada a la gran cruz del Cristo el Salvador. ¡¡Benditas sean, Señor, las cruces con que me hieres!! Sólo cargado con cruz puedo asemejarme a Ti; sólo a base de cruz puedo ayudarte a salvar el mundo. ¡Benditas sean, Señor, las cruces con que me hieres!
Y hay un otro paso todavía… y gracias a Dios: “el que quiera venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz de cada día…, y sígame”.
Menos mal. Ahí está mi tabla de salvación. ¿Qué haría sin mí y con cruz, si no te tuviera a Ti? ¡Seguirle: seguirle a Él! El que sigue a otro, va detrás de ese otro que le va delante. Yo pegado a Él; yo a la sombra de Él; yo acompañándole a Él; ¡yo acompañado de Él! Nunca solo; nunca con mis solas fuerzas. ¡No podría! ¿Sólo y con cruz? Imposible vivir; imposible creer; imposible amar; imposible avanzar. Pero ¿con Él? Con Él -recordemos aquellos tres días del gran encuentro con Él en el Cursillo-, con Él, yo soy mayoría aplastante; con Él todo lo puedo; con Él… “mayores cosas verás”. Ni yo sin Ti me quedo ni Tú sin mí te vas.
Gracias, Cristo pregonero, por tu pregón. En muy pocas palabras me has dado todos los tomos de las lecciones necesarias para vivir. Ahora solo me falta luz -tu luz- para profundizar en el meollo de tus palabras; sólo me faltan fuerzas -tus fuerzas- para nunca desfallecer: ¡Yo soy de los que quieren ir en pos de Ti, renunciando a mí, cargado con mi cruz, y siguiéndote cada día! Gracias. Yo, de los tuyos, Señor.
Majadahonda; 18 de enero de 1992
Convivencia de la Escuela de San Pablo
Nuestro ideal
Nuestro ideal
Tu ideal. A ti, ¿cuál es el conjunto de proyectos de ideas que te impulsan a la consecución de tu objetivo? A un individuo, para conocerle el ideal, pregúntale como empleas tus descansos. Ahora tú lo sabrás: ¿cuál es tu ideal?
Nosotros buscamos un ideal que complete y llene la vida, sin sombras, sin defección, que lo sublime todo. ¿Cuál es tu ideal? ¿Cuál? No lo sé; no me importa. Pero si me importa que el verdadero solo puede ser único: Dios. Solo Dios puede llenarlo todo, puede bastar para todo. Es el principio: empieza tu vida con Él y termina en Él. Te da medios suficientes para hallar el ideal. El único… El verdadero… El completo… El santo.
Ser santos no es subir al altar; pero es no poner en el altar a la bestia. Jerarquizar los valores inherentes al hombre. A Dios lo que es de Dios. Adquisición: conociéndole. Posesión: no dejar la inquietud de Dios más allá. En los actos más triviales. En todos los minutos. Enloquecer: ver en la flor a Dios, en la máquina.
Entonces irradiación: inquietud de dar a conocer a ese Dios que yo veo por todas partes… En el hermano bueno y el pecador. Morir como él murió, loco de sed… No descansar. Volcar todo el corazón.
Dos aspectos esenciales de la santidad: Dios en nosotros y Dios en los demás. Hacer a Dios razón de mi existencia y razón de la existencia de los demás.
¿Es posible trasladar ese ideal a la realidad? ¿Es asequible el ideal para el siglo XX? Dios no puede proponer un ideal imposible. Dios hizo más: no es Dios una irrealidad como un Buda con las piernas cruzadas y cara de idiota. Dios sustantivó el ideal encarnándolo en Cristo. Luchando solos, no sería nuestra la victoria. El hombre era un todo armónico antes del pecado. Después es una armonía rota. Por eso Cristo vino a enseñar y dar medios: los Sacramentos y la Iglesia
La felicidad
La felicidad
Llegaremos a Aquel que, por ser el camino, la verdad y la vida, es la fuente de toda felicidad: “la vida eterna está en que te conozcan a Ti, Padre, y a Aquel que Tú has enviado”.
Esta tarde me he entretenido en buscar el concepto de felicidad, que nos encandila y apasiona y nos aprisiona a todos. Hagamos lo que hagamos, vamos a la búsqueda de algo o de Alguien que pueda hacernos felices.
El año pasado, hace un año, se tuvo en Madrid un congreso bajo este lema: “Felicidad: ¿ser o tener”?
Intervinieron grandes personajes del pensamiento: pedagogos, sociólogos, psicólogos y filósofos.
Para el Catedrático de Psiquiatría, Enrique Rojas, la felicidad es un estado de ánimo gratificante, que hace que nos encontremos satisfechos con nuestras vidas”. Para ello, dice, hay que basarlo todo en dos pilares: tener una personalidad hecha, y tener un proyecto de vida con tres vertientes fundamentales: el amor, el trabajo y la cultura: la cultura hace al hombre más humano; el trabajo nos coloca al servicio de los demás; el amor nos transforma por dentro y por fuera.
1) Para tener personalidad se requiere conocerse a uno mismo con sus aptitudes y sus limitaciones y el saber gobernarse a sí mismo, que es el gobierno más difícil que existe.
2) En cuanto al proyecto de vida, las claves, según el Dr. Rojas, están en el orden y la constancia: el orden, que es el establecimiento de una auténtica escala de valores, y en la constancia que es la fidelidad a la coherencia dentro de esta escala de valores. “El hombre feliz, concluía Rojas, es el que tiene paz consigo mismo”.
“El corazón de la paz está en la paz del corazón”, ha dicho Juan Pablo II.
Y el Evangelio de esta tarde nos da la solución a todo: “No perdáis la calma” (Juan 14,1)
Para José Luis Pinillos “la felicidad no se da al que se ocupa de ella; viene como resultado de otras cosas”. El logro de la felicidad propia está en procurar la felicidad del otro.
Es un error, dice, buscar la felicidad en el hedonismo, porque el placer dura poco, y, como es efímero, conlleva a corto plazo la infelicidad: el hedonista vive siempre en plena ansiedad, por miedo a perderlo todo y quedarse a solas consigo.
La segunda opción es el estoicismo, postura con la que el hombre se desentiende de todo lo que le rodea y no deja que nada le afecte. Esta es una postura tan errónea como la anterior.
La tercera opción, decía Pinillos, Catedrático de Psicología, es la que parece extenderse más en nuestra sociedad: la vida “light”, que busca la comodidad por encima de todo y sin trascendencia alguna. La televisión lanza un mensaje de comodidad y de lujo, y cualquier otro valor queda desprestigiado.
Frente a todo esto, decía Pinillos, “necesito creer en algo superior a mí, algo que no es finito. Lo hago porque, a lo largo de mi vida, he pasado muchas vicisitudes; he estado incluso cerca de la muerte, y, sin embargo, alguien me ha hecho llegar hasta mí. Nunca he ido buscando “las cosas”, y en cambio he recibido mucho”. El valor de lo trascendente es el valor de la felicidad. Más de quince siglos atrás lo había expresado San Agustín con aquella frase lapidaria: “Hemos sido hechos, Señor, para Ti, por eso nuestro corazón no tiene quietud hasta que la consigue en Ti”. Ahí está la fuente de la felicidad.
Para Julián Marías la felicidad se nutre de ilusión, y se halla en las personas, por tanto, en el amor. El autor de “La felicidad humana” quiere huir del pesimismo, aunque reconoce que la vida humana está en la inseguridad…, que no le deja ser feliz; sin embargo, la incertidumbre que rodea al hombre dice, es lo que dota a la vida de la constante aspiración a lo nuevo. No obstante, por ser realista, al comparar la sociedad del siglo pasado con la nuestra, reconoce que “antes tenían más proyectos y menos recursos, y ahora tenemos más recursos que proyectos. La consecuencia de ello es un enorme aburrimiento”.
Marías parte de la afirmación de que la felicidad “es un imposible necesario”; pero, “a pesar de que alcanzar la felicidad en esta vida, no es posible, no podemos renunciar a ella”. Es terriblemente equivocada la idea del hombre actual, de que la felicidad está en la seguridad, pues “ello le lleva a no creer en una vida después de la vida”, “porque el hacerse preguntas sobre el futuro después de la muerte le produciría una gran inseguridad, y entonces se conforma con sucedáneos”.
“Si no le pedimos algo a cada día, la felicidad no es posible; pero los proyectos que debemos acometer son aquellos que están en nuestras manos: “podemos desearlo todo, pero no podemos quererlo todo, sino sólo aquello que nos es posible”.
¿Qué es nuestra actual sociedad del bienestar? Marías contestó: “un enmascaramiento, que ha hecho muy difícil alcanzar la felicidad”.
Llegaremos, más allá de los filósofos, a Aquel que, por ser el camino, la verdad y la vida, es la fuente de toda felicidad: “la vida eterna está en que te conozcan a Ti, Padre, y a Aquel que Tú has enviado”.
La conversión
La conversión
La conversión es un proceso. Como en todo proceso hay que proceder cada día. Y el día que no se procede hay o un paso atrás o un paso vital.
Hemos llegado. ¿Dónde? ¿A la cumbre? ¿Se habrá terminado lo que debía dar? ¿Quedará satisfecho Dios y no me pedirá más?
En otras palabras. ¿Ya no me queda más por hacer?
La respuesta es fácil: Nos hallamos en un inicio de reconversión -eso que se lleva ahora tanto- no industrial para otros.
Pero todos empezamos. Yo también. Cada día.
Y es que la conversión no es un fenómeno que se dé en su totalidad en un momento dado.
La conversión es un proceso. Como en todo proceso hay que proceder cada día. Y el día que no se procede hay o un paso atrás o un paso vital.
La conversión es un camino al que nunca se llega: Sed perfectos como mi Padre.
Para ti y para mí mañana es la oportunidad no de jugar al bingo o de aguantar al marido o de renegar de la cuñada o de despreocuparse de todo -y de todos- Mañana es la oportunidad que me da el Padre -un invento que hace el amor- para que dé un paso adelante. ¿En qué?
Tú sabrás. Mañana, más sincero; mañana, más limpio; mañana más humilde; mañana más responsable; mañana más pacífico; mañana más justo; mañana más auténtico; mañana más generoso; mañana más sacrificado; mañana, mañana, mañana ¡la hora de Dios!
Si Dios no supiera que mañana puede ser mi hora, tal vez no habría mañana para mí.
¡Conversión progresiva es un progreso en la conversión! Para el Papa y para el atracador. Para el monje y el terrorista. Mi mañana.
Yo saludo cada mañana. Mañanita de mi Dios, regalo que puso el Señor; la herramienta que mi alma tiene para llegar a Él.
Mañana es don y es gracia; mañana es paz y conversión; mañana es la lotería que me regala el buen Dios.
¡Conversión! ¡Conversión!
Hay un adagio en la filosofía oriental, que dice: Con solo respirar ya soy feliz.