Presentación del Libro: “Peregrinos y apóstoles”
Presentación del Libro: “Peregrinos y apóstoles”
El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, presidió el pasado viernes, 21 de febrero, la presentación del libro Peregrinos y apóstoles. Apuntes para una espiritualidad del Movimiento de Cursillos de Cristiandad (BAC 2020), escrito por monseñor José Ángel Saiz Meneses, obispo de Tarrasa y presidente de la Fundación Sebastián Gayá y consiliario nacional del Movimiento de Cursillos.
El presidente de la Fundación estuvo acompañado por varios miembros importantes del Movimiento de Cursillos: el Cardenal Arzobispo de Madrid don Carlos Osoro, el consiliario diocesano del MCC en Madrid P. Pedro Pérez, quien recordó las palabras de Mons. Sebastián Gayá «El cristiano no está hecho para la poltrona sino para el camino», el presidente diocesano del MCC en Madrid, Juan Antonio Montoya, quien además de elogiar el libro dirigió unas palabras al cardenal: «Su presencia siempre es una alegría y un consuelo para esta comunidad, que está unida a su pastor». También participaron el director de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) editor del libro P. Jesús Pulido, y el presidente nacional del MCC
Así, Peregrinos y Apóstoles recoge la espiritualidad de primer anuncio, kerigmática y paulina –san Pablo es el patrono de Cursillos– propia del MCC.
«Llamados a la santidad y al apostolado»
Monseñor Saiz Meneses recordó en su intervención que «todos los bautizados estamos llamados a la santidad y al apostolado», y subrayó que «el momento presente requiere apóstoles kerigmáticos que testimonien a Cristo con su amistad, con su entrega; es la hora de Cursillos en esta Europa descristianizada».
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La Fundación ya está en las redes
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La Fundación Sebastián Gayá acaba de abrir sus perfiles en Twitter y en Facebook.
Con la intención de trasladar a las redes sociales la intención principal de la Fundación, que es transmitir el legado de Monseñor Sebastián Gayá, la Fundación ha abierto sus perfiles para llegar extender el conocimiento general de la obra de uno de los iniciadores del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Animamos a todos a seguir a la FSG para conocer de primera mano tanto nuestras noticias más recientes como la vida, obra y escritos de Sebastián Gayá.
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En el aniversario de ordenación de Sebastián Gayá
En el aniversario de ordenación de Sebastián Gayá
Gayá fue ordenado presbítero el 22 de mayo de 1937, hace 83 años.
Recogemos una oración que escribió la víspera de su ordenación al fallecer su tío Bartolomé Gayá, sacerdote, quien le prohijó desde que regresó de Buenos Aires a los 13 años. «Estoy contento, Señor, aunque mis ojos lloren, por todo lo que me prestaste y luego me pediste».
Damos gracias a Dios por el sacerdocio de Sebastián Gayá, por su fidelidad y por no cansarse de cansarse todos los días de su vida en la misión que el Señor le confió.
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Ilusión, entrega y espíritu de caridad
Ilusión, entrega y espíritu de caridad
A todos interesará conocer la génesis, el nacimiento, la procedencia y el momento en que surgió el trípode: ilusión, entrega y espíritu de caridad.
Son tantas las veces que, desde que un día, en aquel Rollo Preliminar de nuestro Cursillo, hemos oído hablar y hemos hablado de ilusión, entrega y espíritu de caridad, que creo que a todos habrá de enriquecernos el profundizar en el contenido de esta trilogía.
Era en Mallorca: en la Escuela de Dirigentes, que Dios estaba fraguando esta gran aventura del Movimiento de Cursillos. Y era muy tarde, se estaba configurando el Rollo de Ideal, que fue uno de los que más guerra dieron, de los que más costó entrar.
El Rollo de Ideal debía ser un aperitivo, un despertar los jugos gástricos de la personalidad del cursillista, un abrir panorámicas, para apercibirnos de la falsedad de las posturas de quienes no tienen ideal, y de la incongruencia de quienes teniendo uno, no se entregan a él.
El Rollista expresó el Rollo, al que, como en todos dentro de la Escuela, siguieron los comentarios. Uno se levantó para decir que el Rollo, dado de aquella forma, era negativo, contraproducente, porque se limitaba a una lección de psicología, sin alma, sin nervio, sin interés. Le faltaba, dijo, optimismo, empuje, ilusión.
A otro comentarista le pareció que, aun siendo aprovechable, el Rollo se quedaba en la línea de lo escuetamente racional, intelectual; el Rollo, decía, es inútil si no despierta, aunque sea inicialmente, un primer paso de generosidad, de entrega: el Ideal supone no solo un elemento estático – un conjunto de ideas – sino también un elemento dinámico, el motor para llevarlas a la realidad.
La discusión se enzarzó, se hizo desagradable, casi violenta. Por eso, alguien tuvo que decir que el Rollo conducía a echar por tierra el espíritu de caridad, que debía reinar siempre en todas nuestras cosas, el camino era equivocado.
Yo estaba allí: era el Consiliario de la Escuela. Solo me quedaba reunir, agrupar, aquellas tres ideas –ilusión, entrega, espíritu de caridad– que uno y otro habían expuesto. En aquel instante, sin darnos cuenta, había nacido esa trilogía que debía dar la vuelta al mundo, en andas del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. A la semana siguiente, es decir, en la primera reunión después de aquella, la Escuela empezaba su trabajo recitando la oración que, desde entonces, siempre que oigo esta fórmula, tengo un pequeño momento de cercanía, la presencia de Cristo: los hombres éramos simples instrumentos en sus manos; quien escribía era Él.
Majadahonda, 5 noviembre 1967
Convivencia Cursillistas
Pienso que esta Ultreya
Pienso que esta Ultreya
Pienso que esta Ultreya es comunidad de fe confesada, celebrada y vivida.
Comunidad de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios que es iluminadora y eficaz; celebrada en los Sacramentos los cauces los gestos a través de los cuales se significa la presencia viva y dinámica de Dios en cada uno de los creyentes y vivida en la caridad que es alma de toda acción evangelizadora, pienso que esta Ultreya es síntoma y expresión de una Iglesia que quiere sacar a los laicos de la pasividad de espectadores en la vida Iglesia o de meros ejecutores de unas consignas y unas tareas en las que ellos no han tenido voz.
El Concilio vino a derribar esta vieja arquitectura, para reconocer la mayoría de edad del laico, que, siendo mayor de edad, sienta la llamada primera y principal a la santidad y el mandato de Cristo que a todos nos hace evangelizadores. Nuestro Cardenal dudaba, hace pocos días, en una de sus alocuciones que fuera cristiano el cristiano mudo. Y es que, como decía Juan Pablo II:
“Cada discípulo es llamado en primera persona –tú y tú y tú y yo; ningún discípulo -ni tú ni tú ni yo- puede escamotear su propia respuesta a la invitación de Jesús: Id por todo el mundo, y proclamad la Buena Noticia a toda la creación”.
Si evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda, para cada bautizado, por ser miembro de la Iglesia es gracia y vocación y carnet de identidad evangelizar.
Ha llegado el momento de recoger las piedras de los nuevos abatidos, y construir juntos la casa común de una Europa en trance de segunda evangelización. Id vosotros a mi viña; id también vosotros a mi viña; id también los creyentes.
Dejad que piense que ha llegado para el Movimiento de Cursillos su hora magnífica y dramática de construir sobre las ruinas la casa común de una Europa que espera el despertar de toda una Iglesia –de un laicado dormido que le haga volver a sus raíces cristianas: es la hora de la Iglesia evangelizadora, ¡es la hora del Movimiento de Cursillos, nacido urgente a nuestra tarea de evangelización!
El cincuentenario del movimiento de Cursillos de Cristiandad. Ante un siglo nuevo
El cincuentenario del movimiento de Cursillos de Cristiandad. Ante un siglo nuevo
Cincuentenario. Hay algo que no puedo esquivar: soy testigo de aquella hora; yo estuve junto a aquella cuna.
Me encanta estar con vosotros; me encanta que todavía queráis estar conmigo: somos el amanecer y el ocaso; pero el uno y el otro lleno de luz; la luz de la fe que estalla en la vida.
Tema: algo así como el cincuentenario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad ante el siglo que se avecina. Os confieso que no he tenido tiempo; pero intentaré dar un poco de lo poco que me queda.
Cincuentenario. Hay algo que no puedo esquivar: soy testigo de aquella hora; yo estuve junto a aquella cuna.
Yo había estado trabajando, algo en paracaídas y algo fuera de las estructuras eclesiásticas; entre la juventud.
Cuarteles, Colegio, Seminario, la Sapiencia [Residencia de estudiantes], las parroquias, pero desde fuera, el Consejo Diocesano de los jóvenes. Cuando llegó el nuevo Obispo -en marzo del 47, hace 51 años- me nombró Consiliario Diocesano de los Jóvenes, además de hacerme Canciller-secretario de la Cámara y Gobierno del Obispado. A mis 34 años.
Después de este currículum, me paso a preguntar: ¿cuál es el marco histórico, el caldo de cultivo en que nace el Movimiento de Cursillos.
Otra pregunta: ¿habría nacido el Movimiento de Cursillos de no existir la peregrinación a Santiago de Compostela de agosto de 1948? Dios, sobre todo -Él nos lo podría haber regalado- no sé cómo. Pero desde mis ojos de hombre, aunque iluminados por la fe…
• fue la ocasión de peregrinar,
• el hecho de la movilización espiritual,
• la mística de la peregrinación
Éramos unos “chalados”. Tan chalados, que no se nos comprendía. Con los primeros Cursillos, nace la oposición.
• Fuimos unos jóvenes con mucha fe, con mucho coraje, con mucha entrega y creatividad: Retiros, Hora apostólica, Sabatina, Periódicos, Radio Popular: plantificábamos hechos, anécdotas, leyendas en torno a Santiago, para aflorar.
• Cabeza: formación los viernes: Ilusión, entrega, espíritu de caridad.
• Preparación: 13 cursillos de adelantados
1) Creíamos que el mundo andaba mal, dando tumbos. Con ideas todavía cristianas, pero con las vidas al margen de Dios. Dios por los arcenes.
2) Concepto triunfal del cristianismo.
3) Convencimiento de la insuficiencia de los métodos: no en lamentaciones, sino punta de lanza que nos impulsaba codo a codo.
4) Conciencia de que el Señor no nos dejaba en la estacada: las samaritanas y los zaqueos podían volver a ser los grandes apóstoles.
5) Necesidad de tener un encontronazo.
6) Esfuerzo por hallar un camino que desde la vida nos llevara a la fe: Cursillo.
7) La posibilidad de que Cristo quisiera contar con nosotros, si nos disponíamos a ser instrumentos: para vertebrar cristiandad.
¿Continuarán siendo válidos?
• Carisma fundacional: el Espíritu.
• Adaptación a los signos de los tiempos para no ser profetas de calamidades sino sembradores de ilusión.
• Ardor: Emaús.
• Tenacidad: como en el lago los Apóstoles, después de trabajar toda la noche.
• Espíritu de sacrificio; el sepulcro de Cristo está abierto y yo lo he descubierto.
Madrid, 8 de enero de 1999
1948 Despedida peregrinos a Santiago
1948 Despedida peregrinos a Santiago
Ha llegado, por fin, la hora de Dios. La hora largamente anhelada y presentida
Ha llegado, por fin, la hora de Dios. La hora largamente anhelada y presentida con ansias vivas de 12 años, la hora que nos preparó otra generación de la que los 7.000 mejores ofrendaron su sangre en testimonio de su fe, con un ancho grito de Cristo Rey y una clara consigna que escuetamente decía: “Para Santiago, santos”; la hora que la Madre España espera con espera anhelante, ahora en que no se puede uno asomar sin escalofrío a la ventana del mundo y en que la tierra avanza hacia nuevos destinos misteriosos y en que los españoles nos agarramos al sagrado madero de una cruz que no queremos que naufrague y que no nos deje naufragar; la hora que ha sido y es y será por muchos años el palo mayor que sostiene la vela que hincha nuestras ambiciones juveniles; la hora de la Iglesia que por mano del Pontífice nos manda su Legación, mientras en uno de sus últimos discursos nos dice que el porvenir del mundo es de la juventud, de una juventud que sepa conquistarlo y dominarlo, de una juventud que sepa marchar en primera línea y ser milicia de vanguardia para la Cristiandad.
Ha llegado, peregrinos, vuestra hora, los bordones nos tiemblan en las manos temblorosamente impacientes; los ojos se nos suben hacia la altura para ver de divisar en lontananza las agujas de la Catedral compostelana, y el espíritu vibra sintiendo el vibrar de las cenizas del Apóstol de la Hispanidad que por nosotros cabalgará de nuevo en la Historia para la conquista total e Íntegra del mundo para Dios.
Y nos concentramos aquí en son de despedida que creo que casi huelga, pues llevándonos con nosotros a la Madre, siempre es poco lo que dejamos por lo que con nosotros se va. Pero siguiendo la santa tradición mallorquina, no podíamos hacernos a la mar sin despedirnos del Santo Cristo del Milagro, que en esta Parroquial Iglesia se venera. Y aquí hemos traído a la Virgen Peregrina para que se despidiera de él. Y yo pienso que ha de ser muy dulce para Cristo y para su Madre esa despedida porque ella se va para ser conductora y capitana de una juventud que recibirá en Santiago el espaldarazo del Apóstol para las grandes empresas apostólicas que Dios nos depare, se va para asistir a la mayor demostración de fe en extensión y en intensidad que haya tenido cabida ante el Pórtico de la Gloria. Se va llevando 800 peregrinos y retornará trayendo 800 apóstoles. Por eso la despedida tiene que llenar de ancho gozo el corazón de Cristo y el corazón de su Madre.
Sólo una ausencia puede empañar el gozo de esta hora: es la ausencia de nuestro Primer Peregrino, la ausencia del Pastor que días tras día y hora tras hora ha ido formando con su orientación y con su aliento, con su ejemplo y con su palabra, la promoción de Peregrinos; y que después de haber empezado en Lluch la peregrinación simbólica y después de exigirnos nuestro juramento de peregrinos de ser puros, apóstoles, mártires y santos; después de costear a más de 15 peregrinos pobres el camino que lleva a Dios, porque Dios lo quiere, tiene que quedar sin ir.
Nos despedimos de ti, católico pueblo de Mallorca. Únete a nosotros en estos días grandes para la cristiandad. Comulga con nosotros en la común unión de la Comunión de los Santos: Al fin y a la postre nuestro sudor, nuestra fatiga, nuestros sacrificios los ofreceremos por ti y por tu juventud: por esa juventud de que tenemos sed, como Cristo, y que con Cristo y por Cristo habremos de llevar a los pies de Dios.
Peregrinos: Recibid ya la bendición del Señor. El cielo nos mira. Los mártires nos sonríen. La Iglesia nos empuja. Y España nos espera. Dios lo quiere. El mundo es nuestro porque debe ser de Cristo. Nada ni nadie puede detenernos ya. Haremos resonar sobre las piedras compostelanas el ardor de esta tierra bendita. A la paz de Dios, cantando el himno del triunfo eterno, el himno del Rey bajo cuya enseña partimos y por cuyo reino lucharemos, aunque nos cueste la vida.
Mallorca, 25 agosto 1948
Parroquia de Sta. Eulalia
El autor de la santidad, el espíritu santo
El autor de la santidad, el espíritu santo
El que nos da la gracia, el que nos injerta en Cristo, el que nos levanta hacia Dios, el que va torneando y moldeando el alma hasta acoplarla según el corazón de Jesús, el que vive y trabaja en nuestra santidad, éste es el Espíritu Santo.
¡Ser Santo!, He ahí la ley primera que lleva el hombre grabada en las entrañas de su ser. Dios ha esculpido en su alma su deber… y ese deber le lleva hasta los pies de Dios, el santo a quien cantan las tropas de querubes. Sólo el que así obre, es verdadero hombre.
¡Ser santo! He ahí la obligación estricta del hombre con alma sobrenaturalizada por la gracia; el precepto de Jesucristo, la prescripción de la Iglesia, por boca de Pablo, el Apóstol: La santidad nos injerta en Cristo, santidad sustancial. Sólo el que aquí llegue, será verdadero cristiano.
La tierra, en cambio, está inmensamente alejada de Dios. La santidad es, para ella, un mito. El santo un pobre ser despreciable. Hoy por hoy, son otros los gustos, diametralmente opuestos y antitéticos. Dios ha quedado fuera del ámbito del mundo. Es un desterrado. No le ha quedado más que el rincón del Sagrario, donde a falta de hombres, han bajado ángeles del cielo.
¿Quién será el autor de la santidad? Vamos a contestar a esta pregunta de hoy, Día de Pentecostés, cuando aún es rojo el fuego que a la tierra nos trajo y el soplo que acompañó su venida, contestaremos así: El autor de la santidad es el Espíritu Santo.
Cuando en su casa silenciosa de Nazaret, se apareció a María un ángel mensajero del Padre Eterno, para recabar su consentimiento a la obra de la Encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas vírgenes, ella preguntó: ¿Cómo va a verificarse esto? Y el embajador de los cielos contestó así: “El Espíritu Santo vendrá por ti.” Por Él se realizará el prodigio.
Por la gracia de Dios, raíz de nuestra santidad y de nuestro ser sobrenatural, podemos decir que es Jesucristo el que nace en nuestras almas; no con un nacimiento corporal, porque solo se encarnó una vez en el seno de María, sino con el nacimiento espiritual en el momento en que quedamos, por la gracia, injertados en él. Si nos preguntamos: ¿Cómo podrá verificarse este prodigio?, la Teología nos contesta con las palabras del arcángel de María: “El autor de esta maravilla es el Espíritu Santo”.
En nuestra vida de gracia, hijos de Dios, templos de la Trinidad, entra el hombre en relaciones con las tres divinas personas. Penetramos en este río infinito de la vida de Dios. Somos santos por la gracia de Dios. El más poderoso, el más sabio, el más rico y grande de los hombres no puede absolutamente nada, en este problema de la santidad sobrenatural -por otra parte, necesaria y obligatoria- sin el influjo de Dios. “Sin Mí, dice el Señor, nada podéis hacer. Como el sarmiento al desprenderse de la cepa viva, se mustia, se seca y muere”. “Gratia Dei sum id quod sum”, dice fervorosamente el Apóstol: Soy lo que soy por la gracia de Dios. El autor de la santidad no es el hombre; es Dios Nuestro Señor.
Jesucristo nos mereció con su obra redentora, haciéndose nuestro hermano, la santificación, la gracia. Ahora, en la gloria, como cabeza glorificada de la Iglesia, nos comunica la plenitud del Espíritu Santo. Su pasión y su muerte nos mereció un día la primera venida en el primer Pentecostés de la Iglesia. Ahora a cada instante nos obtiene y procura la influencia de aquel mismo Espíritu para que permanezcamos y crezcamos en gracia.
El que nos da la gracia, el que nos injerta en Cristo, el que nos levanta hacia Dios, el que va torneando y moldeando el alma hasta acoplarla según el corazón de Jesús, el que vive y trabaja en nuestra santidad, éste es el Espíritu Santo.
Podemos decir con Santo Tomás: que, si Cristo es la cabeza del Cuerpo místico, el Espíritu Santo puede ser, considero, como su Corazón. Él constituye el gran principio de vida, de movimiento y de cohesión entre los miembros y la cabeza. El corazón es el órgano que, por el ritmo de sus latidos, envía y difunde la sangre al cuerpo, incluso al cerebro. El Espíritu Santo puede llamarse el Corazón de la Iglesia porque distribuye la gracia a todos los justos, comprendido el Hombre-Dios, que es la cabeza.
¿Somos cristianos? Es que recibimos el Espíritu Santo ¿Podemos ser santos? Es que podemos ser plasmados por el Espíritu Santo ¿Somos santos? Es que un artista divino, el Espíritu Santo, ha modelado nuestra alma. Porque Él es el autor de toda santidad.
El santo no es sino el hombre que se deja tornear en sus manos de artista de cielo. El santo no es sino la nave que, hacia rumbo al cielo, bajo el impulso y el soplo del Espíritu Santo, hincha sus velas y la empuja a la playa.
Subamos con Él los peldaños de la santidad. Con Él es seguro el ascenso. Él no va a dejarnos hasta llegar a la cumbre, donde por Jesucristo, nos eche en los brazos de aquel Dios que vive y reina con el Hijo en unidad del Espíritu Santo por siglos.
Mallorca, 16 de mayo de 1940
La resurreción de Cristo
La resurrección de Cristo
Nada del fenómeno cristiano sería válido sin la Resurrección del Señor. Todo se apoya en ella: sin ella, nos dice el Apóstol Pablo, sería vana nuestra fe.
Nos hallamos en plena semana pascual, cuando todavía son frescos y rotundos los Alleluias que la Iglesia entona al Señor Resucitado. El misterio pascual – la muerte y resurrección de Cristo – constituye la más alta ocasión que vieron y verán los siglos. De allí arranca todo: una mentalidad y una vida, una civilización y una fe, una forma de pensar, de querer, de sentir y de vivir.
Nada del fenómeno cristiano sería válido sin la Resurrección del Señor. Todo se apoya en ella: sin ella, nos dice el Apóstol Pablo, sería vana nuestra fe, pues Cristo no habría pasado de ser un charlatán y un embaucador. Es la tumba vacía la que aguanta toda la bóveda inmutable de nuestra Iglesia.
Por eso la resurrección de Jesús es el centro de toda la predicación apostólica. Todas las páginas de los “Hechos de los Apóstoles” –con los primeros pasos de la Iglesia naciente– están iluminadas por el amanecer de la Pascua.
Ahí está la primera lectura que acabamos de proclamar. Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, allí se presentaron los magnates de Israel –los sacerdotes, los saduceos, el comisario del templo– indignados de que los apóstoles predicaran la resurrección del Señor, pues veían que, si el pueblo creía en este hecho, toda la Sinagoga se derrumbaba en sus cimientos. Y la indignación subió a tal punto, que, sin pensarlo más, les echaron mano, y como ya había caído la tarde, les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente. Y al día siguiente, con la plana mayor, la flor y nata de sus jefes, los senadores, los intelectuales, el sumo sacerdote al frente, hicieron comparecer a Pedro y a Juan, para hacerles un interrogatorio oficial. Ellos acababan de curar al paralítico que estaba mendigando junto a la Puerta Hermosa del Templo, y al que, Pedro había dicho: Ya ves; plata ni oro no tengo, lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesús Nazareno echa a andar.
Ahora, el Sanedrín les preguntaba: ¿Con qué poder o en nombre de quien habéis hecho eso?
– Quede bien claro, les dice Pedro, a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Por su nombre se presenta este hombre sano ante vosotros. Él es la piedra desechada por vosotros, los constructores; la que ha venido a ser la piedra angular sobre la que toda la construcción descansa. No hay salvación en otro alguno; no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que podamos salvarnos.
La Pascua del Señor, la muerte y resurrección de Cristo constituyen la única salvación de todos.
Por eso Cristo tiene interés en que no quede la más leve sombra de duda sobre el hecho de la resurrección. Por eso hace entrar en contradicción a los guardianes del sepulcro. Por eso se va apareciendo a Pedro, y a Juan, y a la Magdalena, y a los de Emaús, y a los once a que había quedado reducido el colegio apostólico. Por eso en el Evangelio que acabamos de proclamar, se les aparece junto al Lago, a la amanecida de una noche en que se habían frustrado todos sus esfuerzos de viejos lobos de mar, pues nada habían pescado. El Señor se presentó en la orilla, cuando los pescadores ya iban de retorno. Y Juan le reconoce – ¡Es el Señor!, le dice a Pedro. Y Pedro se echó al agua, para adelantarse a los demás. Y al saltar a tierra, se encuentran ya con unas brasas, y un pescado y un pan. Y trajeron hasta la orilla la barca, con las redes repletas de 153 peces grandes. Y Él toma el pan. Y el pescado. Y se lo da…
No se trata de un fantasma, no. No se trata de imaginaciones calenturientas. No. Allí estaban los peces. Y las brasas. Y el pan. Y allí estaba Él. Él vivo, presente, activo, providente, resucitado. Allí estaba Él, cimentando la fe de todos, abriendo la esperanza de todos, encendiendo el amor de todos.
¡Si había vencido la muerte -la muerte con sus tres días de sepultura-, no quedaba más remedio que confesar que era Dios!
La resurrección de Cristo supone, entre otras cosas, un motivo inconmovible para nuestra fe, una inyección de optimismo cristiano.
El optimismo cristiano es un evangélico realismo, conectado con la muerte y la resurrección, con el dolor y la luz, con la tragedia y la esperanza.
Y hay que reflejar cada dolor en la muerte de Jesús. Y hay que reflejar su resurrección en cada hora de luz, en cada primavera del alma y del cuerpo, en cada cosa buena y bella, en cada intento de hacer mejor la humanidad, en cada gesto de tender la mano, de sonreír al inoportuno, de sentir la fraternidad que Cristo vino a constituir.
Hemos de convertir la Resurrección y la Pascua en algo vigente y real en nuestras vidas los que decimos que creemos en este Jesús que está enseñando las huellas gloriosas de sus llagas. Las llagas no han desaparecido; se han transformado en luz.
Nuestra aportación al dolor y a la crisis y al confusionismo de los tiempos no es la de tapar los hechos o echarnos a lamentaciones estériles y a escándalos justificados, sino la de luchar por aceptar, por transformar, por cambiar la noche en amanecer, la tragedia en consuelo, la muerte en vida. Convertirnos, resucitar para que el mundo se convierta y resucite.
Homilía, viernes de la octava de Pascua
Hermandad Sta. María Espejo de Justicia – Centro Eucarístico
Madrid, 4 de abril de 1975
Con resplandor creciente
Con resplandor creciente
La vida de Cristo, con todas sus luces y resplandores, se manifiesta y se comunica precisamente a través de la pobreza y la debilidad del evangelizador.
El Señor del que se habla, es el Espíritu, y donde hay Espíritu del Señor, hay libertad. Y nosotros, que llevamos todos la cara descubierta, y reflejamos la gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente: así es como actúa el Espíritu del Señor.
La segunda Carta a los fieles de Corinto es fruto de la delicada situación, del malestar que se ha creado en aquella comunidad, ya evangelizada por Pablo, donde se han infiltrado elementos perturbadores -adversos, contrarios a él-, que van minando su autoridad, en un intento diabólico de desprestigiarlo.
Ante aquellas noticias alarmantes Pablo decide hacer una rápida, urgente visita a Corinto. Y se pone en camino desde Éfeso a Tróade, pasando por Filipos, donde tiene el gozo de obtener nuevas noticias sobre aquella situación. Esta vez son buenas las noticias. Pablo se serena, se llena de gozo, y escribe esta segunda carta a los corintios, donde hace una ardiente defensa de su ministerio apostólico, a fin de que las aguas revueltas retornen a la calma.
Tal vez no haya otro escrito en el que se descubra mejor la extraordinaria riqueza del espíritu de aquel hombre, Pablo de Tarso. La mayor parte de la carta es una meditación sobre la grandeza del apostolado y el misterio de la debilidad del hombre a quien se confía tanta grandeza.
Él -como todo evangelizador- ha sido elegido para llevar a los hombres una Palabra que da vida, que reconcilia, que libera, que salva; pero esa Palabra -escribe él a los de Corinto- es “un tesoro en vasija de barro”. La Palabra que proclama es grande, rica, sublime: como un tesoro. Pero ese tesoro ha sido depositado en una vasija de barro, con toda su pequeñez de hombre, con todas sus limitaciones de hombre, con toda su fragilidad de hombre: tesoro en vasija de barro.
Pero lo más desconcertante no es sólo este hecho: lo más desconcertante es que la vida de Cristo, con todas sus luces y resplandores, se manifiesta y se comunica precisamente a través de la pobreza y la debilidad del evangelizador. Y el evangelizador, aportando el barro de su vasija de hombre, se transforma en resplandor, se hace testimonio, irradiación.
Así define el Concilio el testimonio: una irradiación de fe, de esperanza, de caridad. El testigo lleva los ojos llenos de brillos, llenos de luz.
Dentro de este concepto hay que colocar los dos versículos, que hemos leído, de la II Carta a los Corintios.
Pablo es el Apóstol al servicio de una Alianza Nueva, que desborda la Alianza Antigua. La Antigua Alianza, centrada en la figura de Moisés, se escribe sobre tablas de piedra; la nueva se graba sobre carne en el interior del corazón, de forma que “vosotros sois nuestra carta -las tablas nuevas-, escrita en vuestros corazones”. “Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo”.
Una carta que no se lee con el velo en el rostro, según el relato del Éxodo. Moisés entonces, una vez recibidas las Tablas de piedra, oculta su rostro con un velo. Su rostro resplandecía como fruto de su encuentro con Dios; pero aquel resplandor era un resplandor caduco, pasajero. Cada vez que el pueblo antiguo -el de la Antigua Alianza- lee los libros de Moisés, siente que hay como un velo que cubre sus mentes: no llegan a comprender que están en la antesala de la Nueva Alianza, donde Dios descorrerá los velos, presentándosenos en la carne, en el esplendor de la humanidad del Señor Jesús, que ilumina en los suyos con la sabiduría desvelada del misterio de salvación.
Si aquel resplandor del rostro de Moisés hacía que los israelitas no podían fijar sus ojos en el rostro caduco, pasajero, mortal, de Moisés, figuraos cuál será el resplandor que emana de la figura, de la vida, de la palabra de Jesús, el Señor.
El Señor –estos son los versículos de hoy- es el Espíritu de Dios, es Dios, donde está el Espíritu del Señor está el Espíritu de Dios; “donde hay el Espíritu del Señor, hay libertad”. No somos colectividad de esclavos; somos raza de reyes, nación santa, pueblo de la Alianza Nueva.
No se trata de una libertad para desmoronar la fuerza de la Ley de la Alianza Antigua; se trata de aquella libertad que canta Pablo en la Carta a los Gálatas (5, 13), que se hace servicio y amor a los demás, para llegar al servicio y al amor de Dios. Libres para servir, libres para servir amando, para amar sirviendo.
Nosotros ya no llevamos el rostro tapado, encubierto; “nosotros todos llevamos la cara descubierta, la mente clara, el corazón abierto a las riquezas de la sabiduría del corazón de Dios, que nos entregó a su Hijo para la libertad y el amor. Llevamos la cara descubierta, de forma que el testimonio nuestro -de vida y de palabra- refleja la gloria del Señor, porque el Señor nos va transformando, por la acción del Espíritu, con resplandor creciente, participando del resplandor de su luz.
A medida que Él avanza en nosotros, como avanza el día, avanza en nosotros su resplandor, y el resplandor se convierte en resplandor creciente, sin velos, sin enigmas, para ser los hombres del resplandor, los hombres de la irradiación, por la fe, por la esperanza, por el amor, los hombres de la luz para ser luz del mundo.
Cristo nos va transformando. Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad, hay deseo de servicio, hay dedicación al otro por la vía del amor. Y ya no somos tinieblas de velos y de noche, somos los hijos de la luz. Se nos ha ido la noche oscura de San Juan de la Cruz para convertirnos en resplandor creciente diría Pablo; en “Llama de amor viva”, diría nuestro San Juan de la Cruz. No somos hijos de las tinieblas, nos diría el Señor; somos hijos de la luz; hemos sido hechos para ser hijos de la luz, caminamos los caminos de los hijos de la luz; convertidos en llama de amor viva, hasta que una tarde seamos examinados en el amor.
Segovia, 19 de octubre de 1991
En Laudes de la peregrinación a Segovia
en homenaje a San Juan de la Cruz